La Devoción de un Maestro

Escrito por Swami Kriyananda

Cuando Paramhansa Yogananda era un niño, lloró por el amor de la Madre Divina como pocos hombres lloran incluso por las posesiones mundanas. Pasaba días enteros pensando sólo en Ella. Cuando podía, se quedaba solo, meditando largas horas. Después de la meditación, silenciosa y amorosamente ofrecía cada acción a Dios.

No era un misántropo que evitaba el trato con otras personas porque le desagradaban. Amaba a la gente y se ganó el cariño de ellos por su amabilidad, su ingenio, su habilidad para inspirarlos. Pero deseaba a Dios, y sabía que para encontrar al Supremo tendría que concentrarse en su búsqueda interior.

Después de llegar a la ermita de su gurú, Sri Yukteswar, se volvió, si es posible, más fervoroso que nunca. Otros discípulos hablaban en lugar de meditar. Yogananda pasaba muchas horas en comunión solitaria.

Otros discípulos se olvidaron de Dios, ya sea trabajando o holgazaneando. Yogananda mantuvo su mente enfocada todo el día en el centro Crístico, hablando mentalmente con la Madre Divina. Dondequiera que iba, en su corazón había un canto interminable de amor divino.

Él había sido enviado a la tierra con una tremenda misión. Otros maestros menos comprometidos, se hubieran sentido intimidados ante el mero pensamiento de las responsabilidades involucradas. Estos maestros, hubieran destruido su salud y su paz mental preocupándose, luchando frenéticamente para hacer todo. Se hubieran consumido con un sentido de su propia importancia.

Pero Yogananda nunca olvidó ni por un instante que el verdadero Hacedor era Dios. Él era sólo un instrumento. La mano de Dios fue la que guió ese instrumento. Interiormente siempre estuvo libre y en paz.

Cuando las responsabilidades organizacionales amenazaron con apartar su mente de la Divina Madre, nunca dijo: “Bueno, primero haré este trabajo; es más importante. Más tarde pensaré en Dios. “Ningún trabajo es posible”, escribió, “sin el poder para realizarlo prestado de Ti”.

Dejaría todo a un lado para cantar o meditar hasta que su mente estuviera firmemente enraizada en Dios. Sólo entonces volvería a su trabajo. Así fue como pudo lograr cosas tan grandes en su vida. Nunca actuó desde la conciencia del ego.

El poder del hombre es limitado, pero el de Dios no tiene límites. Y la oración de Yogananda siempre fue: “Señor, guíame y fortaléceme, porque sin Tu ayuda no puedo hacer nada”.

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