Deja ir la idea de que algo está mal…

Artículo escrito por Erin Vinacco

¡Cuántas veces nos enfrentamos a la vida con la idea de que hay algo malo en nosotros o en el mundo que nos rodea, algo que hay que arreglar! Y con qué frecuencia este planteamiento se cuela también en nuestra forma de criar a los hijos: centrándonos en los problemas, los malos comportamientos y los defectos, en lugar de en los puntos fuertes, los éxitos y las oportunidades.

Y, sin embargo, qué pocas veces este enfoque funciona realmente para obtener los resultados que esperamos. Sí, es cierto que queremos mejorar, ser mejores de lo que somos, ser más felices y también queremos que nuestros hijos sean felices, que crezcan, maduren y estén preparados para la vida. Nuestras intenciones son buenas, pero ¿dónde está realmente nuestro enfoque en todo esto?

A menudo nos centramos en todas las carencias que tenemos, así como en todas las debilidades y hábitos que nuestros hijos aún tienen que dominar. Como padres, puede ser difícil estar presentes y ser optimistas. Es fácil sentirse abrumado por un gran sentido de la responsabilidad. ¿Cómo serán? ¿En quién se convertirán? ¿Cómo afectan mis acciones a todo esto? ¿Estoy haciendo lo correcto?

Pero en medio de toda esta preocupación perdemos la oportunidad de conocer a nuestros hijos por lo que son. Podemos perder la oportunidad de apreciarlos, de ver sus puntos fuertes y su forma única de estar en este mundo.

En una conversación con una madre la semana pasada, ella relataba angustiada un hábito recurrente que exhibe su hijo y su continua preocupación sobre la mejor manera de responder. La madre estaba exasperada porque nada de lo que hacía parecía mejorar la situación o llevar las cosas en la dirección correcta. Si no decía nada, el hábito continuaba, si decía algo, el niño se resistía o se ponía a la defensiva, y el hábito continuaba. ¿Te suena familiar?

Así que nos tomamos un momento para imaginar el “peor escenario posible”. ¿Y si ese hábito nunca cambiara? ¿Y si el niño es así en esta vida y no hay nada que ella pueda hacer como madre para cambiarlo? ¿Y si ese hábito es sólo una lección que su hijo tendrá que aprender a su debido tiempo, a su manera?

Inmediatamente su rostro se suavizó, sus hombros se relajaron y se dio cuenta de dos cosas. Una: cuánta responsabilidad había estado asumiendo por el comportamiento de su hijo y dos: lo mucho que su hijo había progresado en el cambio de ese comportamiento y probablemente lo dejaría pronto.

¿Qué cambió? Dejó de pensar que algo iba mal, en ella o en su hijo. Por un momento, fue capaz de ver el panorama completo, de ver a su hijo como algo más que un simple comportamiento. Sí, es importante seguir trabajando este hábito, pero quizá de otra manera: con el ejemplo, con historias y, sobre todo, con paciencia y empatía.

¿Y si pudieras abandonar la idea de que algo va mal contigo, como padre? ¿Y si pudieras dejar de pensar que a tu hijo le pasa algo? ¿Qué podría cambiar para ti?

El primer paso hacia el cambio y el crecimiento es la aceptación profunda e incondicional de lo que es. Aceptar no significa ignorar el problema o aprobar el mal comportamiento. En todo caso, cuando reconocemos plenamente el problema o el comportamiento sin resistencia ni juicio, creamos espacio para soluciones, para nuevas perspectivas, para que se produzca un cambio auténtico.

Nuestro trabajo no consiste en arreglar o cambiar lo que nos parece mal. Nuestro verdadero trabajo es dar un paso atrás y amar y aceptar a la persona o la situación que tenemos delante, confiar en lo que está ocurriendo y crear espacio para aprender. Es en este espacio de amor y aceptación donde cada uno de nosotros es capaz de cambiar, crecer y desarrollar su máximo potencial.

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