Quinto Capítulo – La religión en la Nueva Era

Si actualmente la religión no goza de la alta estima de que gozó en un tiempo, la razón no es difícil de encontrar. En todo el mundo, la religión se ha identificado a sí misma con actitudes que se han abandonado a medida que la humanidad abraza otras, menos limitadas a la forma y más adaptadas a la conciencia de la era de la energía.

Tradicionalmente la religión se ha definido a sí misma por sus propias creencias, no por la experiencia dinámica de paz interior, de cercanía a Dios, que las grandes Escrituras han ofrecido como una amorosa promesa a la humanidad. La religión ha enfocado su atención en las formas externas de alabanza, en detrimento del espíritu interior que esas formas estaban destinadas a expresar.

En Occidente, la religión, tomando su orientación del racionalismo romano y no de las enseñanzas de Jesucristo, ha congelado ese espíritu en organizaciones formales. Pero el espíritu de la religión ha sufrido en todas partes. Pues incluso donde las formas de organización están menos desarrolladas, se ha dado un énfasis excesivo a la religión como institución social y se ha considerado muy poco a la religión como guía para el desarrollo espiritual.

De todas las instituciones humanas, la religión ha sido siempre la más reticente al cambio. En el conservadurismo reside su fuerza, pero también su mayor debilidad; su fuerza porque las enseñanzas religiosas expresan valores eternos; su debilidad porque, en cierto sentido, esos valores son traicionados cuando se limitan a formas de expresión concretas. Es correcto no interpretar esos valores como simple reflejo de una moda pasajera. Al mismo tiempo, definirlos ya es interpretarlos. Ninguna simple expresión de valores eternos puede ser absoluta.

Además, la percepción humana de la verdad cambia, mientras la verdad misma permanece inalterable. Cuando en vez de la adherencia a la Verdad, el inmovilismo se convierte en el principio rector, los dogmas se convierten en dogmatismo. Hábitos profundamente rutinarios toman el mando y la Verdad misma se olvida. Finalmente se encuentran justificaciones incluso para institucionalizar la misma revelación.

La debilidad de la religión reside en que, en nombre de preservar la Verdad, la entierra. Pues confunde hasta los cambios más saludables con disolución y herejía.

En su aspecto más elevado, la religión es el regalo de Dios a la humanidad. No es simplemente el regalo de algún hombre sabio a la humanidad. En tiempos de cambio es especialmente importante que la humanidad sea guiada por Dios. Los grandes maestros espirituales que han venido en otros momentos cruciales de la historia humana vinieron con esa misión. Su nacimiento fue oportuno, pero también fue decretado. Buda, Krishna y Shankaracharya en Oriente, Jesucristo en Occidente, estos hombres no fueron un accidente histórico.

Actualmente, en el amanecer de la era de Dwapara, hay una necesidad perentoria de un nuevo mensaje procedente de lo alto. Si alguna vez Dios habló a la humanidad por medio de profetas, sin duda es el momento de que lo haga de nuevo. La necesidad es tanta como lo fue anteriormente. Si el Señor es realmente nuestro Padre, Madre y Amigo Eterno y si le llamamos como Hijos suyos, tiene que responder a nuestra necesidad urgente. Para nuestra comprensión humana existen límites.

El sentido común puede mostrarnos la necesidad de adaptarnos a las nuevas realidades. La razón puede facilitar este proceso de adaptación ayudándonos a ver que los nuevos descubrimientos apoyan las verdades espirituales y que no las socavan de ninguna manera. Nuestro sentido de la historia, aplicado a la transición desde la esclavitud de la materia a la energía, puede mostrarnos las direcciones que la religión tomará probablemente en el futuro, una vez que se haya adaptado a las percepciones de la nueva era. Aún así, nuestra fe exige algún signo claro, procedente de lo alto, de que nuestra demasiado humana comprensión está guiándose adecuadamente. Sin tal signo y tal guía, el peligro de arrogancia en nuestro razonamiento es enorme. Y la arrogancia es la muerte de la sabiduría.

Con o sin tal guía, tenemos que utilizar nuestra razón lo mejor que podamos. La Divinidad sólo responde cuando el ser humano hace cuanto puede con todas sus facultades, no cuando deja en suspenso esas facultades en nombre de una falsa humildad. La sabiduría no es para el estúpido. Ni para quienes almacenan su energía en sí mismos temerosamente, en vez de expandirla.

Con o sin una guía superior, pidamos a nuestra razón humana que nos muestre cuáles pueden ser las tendencias del futuro, para que podamos poner todo de nuestra parte para adaptarnos a ellas.

Lo primero que debe hacer la religión es reconocer que vivimos en una era de energía. La religión debe aceptar que la energía no es una moda pasajera, sino sencillamente algo práctico. Lejos del tipo de cataclismo que nos llevaría de regreso a las cavernas, la energía debe ser clasificada como un conocimiento estable del ser humano.

Profundizando todavía más, debemos aceptar que la energía es la realidad; la materia, la ilusión. La energía es la onda, o vibración, la materia es sólo su manifestación. En otras palabras, la energía no es el producto de la materia, sino la causa.

¿Qué significado tiene todo esto para la religión? La respuesta se nos impone implacable. Pues el poder de la religión no reside en sus formas externas, ceremonias, dogmas, instituciones. Reside en el espíritu inherente a estas formas, que son únicamente sus manifestaciones. La Verdad nos trajo la religión. La religión nunca creó la Verdad.

Lo sagrado de una ceremonia religiosa reside en la energía que aporta a ella la profunda sinceridad del sacerdote y los participantes. Esta santidad no puede medirse con instrumentos físicos. Es una energía espiritual, no visible, pero sentida distintamente por quien entre profundamente en el espíritu de la ceremonia.

En las iglesias he visto a personas que rezaban, pero dejando que sus ojos se movieran inquietos para ver quién entraba y salía. En una ocasión observé a un sacerdote recitando el oficio de difuntos, mientras se limpiaba las uñas. Y en La India asistí a ceremonias védicas del fuego donde los sacerdotes brahmines hacían los movimientos externos y repetían de memoria los mantras adecuados, mientras lanzaban miradas a la audiencia en busca de aprobación.

Cuando el sol se pone, al brillar sobre las nubes del Oeste las tiñe de resplandecientes matices. Pero cuando el sol desaparece por completo, esas mismas nubes se presentan grises y sin brillo. De igual forma, lo que determina la influencia espiritual de las prácticas religiosas es el espíritu que está detrás de ellas y no las prácticas mismas.

En Occidente, y quizá en todas partes, la religión se ha centrado más en el número de sus seguidores que en la calidad del culto. En los lugares en que se ha alentado más el desarrollo espiritual individual, como en La India, para la religión es más fácil adaptarse a la creciente demanda de nuestra era de la experiencia sobre la creencia ciega. En último término, la religión tiene que dirigirse en todas partes hacia el énfasis en las verdades universales, eternas.

La religión tiene que hacer hincapié en la importancia del espíritu sobre la forma y de la experimentación (o experiencia) sobre las aserciones dogmáticas. A menos que se permita que estos principios reclamen el lugar que les corresponde, la religión se hará cada vez más irrelevante. No obstante, no es probable que la religión continúe resistiéndose a estas esperanzas legítimas mucho más. Pues la religión es una necesidad eterna del alma. Sin algún tipo de religión, el espíritu humano se marchita y muere. La humanidad no puede permitir que esto suceda.

Cuando visité Australia, hace unos años, al final de una conferencia que impartí, alguien se me acercó y me dijo “Soy ateo. ¿Cómo puede usted definir a Dios de forma que me resulte comprensible?”. Lo pensé y respondí “¿Por qué no piensa en Él como el mayor potencial que usted pueda imaginar para sí mismo? Por un momento pareció desconcertado; después respondió, “¡Puedo vivir con esa definición!”.

El espíritu humano moriría si perdiera toda aspiración elevada. Se condenaría a sí mismo a la apatía y la ruina. Como dijo Voltaire, “Si Dios no existiera, el hombre tendría que inventarlo.”

Puesto que el espíritu humano no puede vivir sin religión, la humanidad tendrá que encontrar la forma de vivir con ella. Y eso supone, no rechazar, sino explorar y reconciliar las diferencias entre los viejos supuestos dogmáticos y los nuevos descubrimientos científicos.

Las direcciones básicas del futuro, simplicidad, énfasis en la calidad y búsqueda en el interior del hombre, no pueden sino llegar a ser tan importantes en el terreno de la religión como en cualquier otro campo de actividad.

Las verdades más profundas de la religión son bastante simples. Han sido oscurecidas por las estructuras externas de la religión, que han llegado a su complejidad en la lucha de la religión contra multitud de desafíos, hasta crear confusión y disensión, no claridad. De todas las instituciones humanas, la religión debería ser la más unificadora. Pero la gente lucha, se persigue y va a la guerra por sus diferencias religiosas, todo esto en el nombre de Dios que, como todas las religiones proclaman, es un Dios de Amor.

Una vez más es el momento de explorar la relación interna del hombre con su Creador. Jesucristo dijo, “Mirad, el reino de Dios está dentro de vosotros.” También dijo, “Destruid este templo y volveré a levantarlo en tres días.” La Biblia nos dice que estaba refiriéndose, no al templo de Jerusalén, sino al templo de su cuerpo. La inferencia es obvia. Pues se rinde culto dentro del templo, no fuera. La verdadera meta de la peregrinación, así lo declaran las Escrituras Indias, es interior. Por tanto, lo que importa en religión no es el lugar externo de culto, ni los ritos externos, ni siquiera el sistema concreto de creencias (que, después de todo, son sólo definiciones formuladas por seres humanos), sino la experiencia personal, real, interior, de Dios y la Verdad. Según todos los santos que han experimentado este sublime despertar, Dios es simple; el Hombre es complejo.

La Verdad exige que la religión vuelva a la simplicidad. La religión debe regresar a la realidad fundamental, el amor divino. Debe regresar a la necesidad humana de una experiencia personal, directa, de ese amor.

La tarea Divina no es convertir a los demás. Es vivir y expresar amor divino.

En una ocasión un amigo de La India pasó el verano en una estación de montaña en los Himalayas. En el bungalow de al lado vivía una misionera, directora de una escuela cristiana local. Mi amigo, de naturaleza franca, le hablaba amablemente cuando se encontraban por la mañana. Ella malinterpretó su cordialidad como un signo de que podía estar interesado en convertirse. En reciprocidad era todo sonrisas. Le invitó a visitar su escuela, le presentó cariñosamente a sus alumnos y le explicó extensamente el gran trabajo que estaba haciendo y la belleza de las enseñanzas de Jesucristo. Él respondió agradecido a todas estas atenciones.

Ella fue dándose cuenta poco a poco de que mi amigo no tenía interés en convertirse. Sus modales se enfriaron. La sonrisa se borró de sus labios. Finalmente comenzó a tratarle como a un extraño. Él continuó saludándole amablemente como antes. Ella, en respuesta, guardaba un digno silencio. Como converso potencial le interesaba. Como ser humano perdió toda importancia. Nunca le había visto como a alguien con sus propias necesidades espirituales. Ahora, al menos ésa era la impresión, para ella representaba simplemente una decepción en la estadística de miembros de la iglesia.

En Dwapara Yuga el énfasis cambiará del acercamiento cuantitativo al cualitativo. Cambiará del deseo de la iglesia de un mayor número de conversos, a la necesidad individual de respuestas satisfactorias, incluso si las preguntas son “inconvenientes” o “difíciles”.

Los últimos siglos han demostrado claramente la insuficiencia de la simple creencia. Han justificado el método científico de probar la validez de las hipótesis. La gente ha asumido que el método científico no es válido en religión, puesto que la religión opera con verdades no mensurables. Pero si esto es así, la ciencia se descalifica rápidamente a sí misma. ¿Pues cómo se mide la energía?  La medida ha sido una herramienta útil, pero cuando se trabaja con sujetos demasiado sutiles para ser medidos hay que buscar otros patrones.

Si la religión no tuviera nada más que ofrecer que creencias que no pueden probarse, sólo atraería a soñadores. ¿Iría alguien a jugar a un casino que tuviera reputación de no pagar jamás a sus clientes? ¿O que les diera largas con la promesa de pagar cuando el cielo se desplomara? A pesar de las promesas de consuelo para el más allá de la religión, ésta también cubre necesidades espirituales en el presente. Si esto no fuera verdad la gente habría dejado de volverse hacia la religión hace mucho tiempo, como en las tribus primitivas la gente dejó de acudir a sus hechiceros cuando se dieron cuenta de que los médicos modernos hacían el trabajo mejor.

La religión ofrece enseñanzas que elevan y amplían la mente humana. Quizá más que enseñanzas ofrece experiencia. La inspiración sentida durante la oración profunda y la meditación es algo vivo. Las grandes obras de arte rozan esta intensidad de inspiración sólo en la medida en que son eco de la inspiración del alma, pero la religión ofrece la inspiración del alma directamente.

Un ejemplo de la inmediatez que ofrecen las enseñanzas de todas las religiones, es la recomendación de tratar a los demás como querríamos que nos trataran a nosotros. La religión nos ayuda a ser sensibles a la verdad de que todos formamos parte de una realidad mayor. “Ningún hombre es una isla”. Ningún hombre vive realmente solo, excepto cuando se aísla mentalmente de los demás.

Así como el laboratorio es el taller de la ciencia, la mente humana es el taller de la religión. Las ceremonias religiosas son sólo proyecciones del anhelo humano de transformación interior. Es en sus propios pensamientos, ante todo, donde el hombre debe trabajar. Son sus propios sentimientos los que debe purificar.

¿No nos dijo Jesús eso exactamente? “Benditos son los puros de corazón”, dijo, “pues ellos verán a Dios”. No dijo “Benditos son mis discípulos”, ni siquiera, “Benditos son quienes creen lo que digo”. Dejó claro que nuestra salvación depende, no de afiliaciones externas, no del simple reconocimiento mental de la verdad, sino de la pureza ante el Señor, cuyo reino está “dentro”.

La mayor parte de lo que enseña la religión puede ser puesto a prueba y confirmado. En última instancia quizá resulte que todas sus afirmaciones pueden ser confirmadas. Para observar un microbio se necesita un microscopio. Para percibir la Verdad se necesita calmar la mente hasta que se vuelva cristalina.

Existen dos necesidades claras en la religión actual. Una es probar las Escrituras, como la Biblia nos dice que hagamos. La otra es la necesidad de desarrollar métodos prácticos para realizar nuestras pruebas.

Obviamente los tubos de ensayo no pueden utilizarse en el “laboratorio” de la mente. Se necesitan métodos para calmar la mente y concentrarse. En este sentido la meditación es comparable a un laboratorio científico. Ayuda a conseguir el grado de claridad mental necesario para este tipo de investigación. No puede percibirse la verdad mientras la mente esté inquieta y mientras su atención se dirija hacia el exterior, hacia los sentidos.

La medicina moderna ha adoptado muchos remedios de otras culturas, en las que su eficacia era conocida. También en otros campos, los descubrimientos de una cultura han ayudado al desarrollo de las demás. En todo el mundo, especialmente en nuestros días, la tendencia hacia la polinización cruzada cultural ha ido en aumento.

Desgraciadamente, en religión las declaraciones de exclusividad han originado que la gente mire con abierta hostilidad las prácticas y creencias incluso ligeramente distintas de las suyas.

Pero ahora, en Dwapara Yuga, la búsqueda humana de comprensión espiritual tomará una nueva dirección. La religión dejará de ser dogmática. A medida que se concentre en el desarrollo espiritual individual, dará cada vez mayor énfasis a lo experimental. Con el tiempo la religión incluirá en sus prácticas métodos psico-físicos diseñados para ayudar al individuo a alcanzar paz y claridad interior. Entonces, el yoga, en todas sus ramas, jugará su papel.

Puesto que el yoga opera no sólo con técnicas mentales y físicas de auto desarrollo, sino con el control directo de la energía interior (pranayama o control de la energía), será reconocido como una auténtica ciencia de la religión. Confío en que se convierta en la ciencia por excelencia de la nueva era. Las prácticas de meditación yoga serán utilizadas para probar las afirmaciones de la religión, al poner a la persona en contacto con su superconciencia y al hacerle capaz de guiar su vida por la intuición del alma.

Como dije, la religión de la nueva era se dirigirá al interior, no al exterior. El objetivo de esta búsqueda interior no será reforzar el ego, sino hacer remontar la conciencia individual hasta su fuente en la Conciencia Infinita. Como la atención del ego se dirige normalmente hacia fuera, hacia el cuerpo y al mundo que le rodea, la identificación consigo mismo se basa en estas identidades superficiales. “Soy un hombre (o una mujer). Soy estadounidense (o francés, o italiano). “Soy… Soy”. El dominio del ego sobre la conciencia humana puede reducirse sólo gracias al contacto con una conciencia más elevada. Si esperamos alcanzar una comprensión clara de quién y qué somos, tenemos que ir al interior e investigar un vínculo más profundo con el mundo que nos rodea.

Jesús dijo. “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. Quería decir que nuestro prójimo es, en el sentido más profundo y espiritual, nuestro verdadero ser.

Una isla es, sólo superficialmente, la masa de tierra visible a nuestros ojos. Su mayor masa no está al alcance de nuestra vista, se encuentra bajo el agua. Allí está conectada con la tierra y con todas las demás islas existentes.

La religión del futuro será una religión de Autorrealización. Consistirá en la comprensión de que el infinito amor y gozo de Dios forma nuestra realidad más profunda y que Dios es nuestro auténtico Ser. Pues si la materia es energía, la energía no es sino una manifestación del pensamiento, el pensamiento una manifestación de la conciencia y la conciencia, en última instancia, no es sino la Divinidad a partir de la cual hemos sido creados y se han creado todos los seres y todas las cosas.

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