“Agradeciendo a Dios”

Esta es la historia real de Fred Rodgers, que se convirtió en un famoso productor, director y actor de televisión en los años 60 en Estados Unidos. Sus programas estaban dirigidos a los niños y han servido como fuente de consuelo durante eventos trágicos en las vidas de los niños y de la sociedad, incluso después de su muerte.

Su vida estaba centrada en Dios, vivía por Dios y trabajaba con Dios. Con su carisma, su humildad, compasión y Amor, transformaba la vida de todos aquellos que estaban en contacto con él. Aquí te contamos algunas anécdotas.

La vida del señor Rogers fue una búsqueda interminable para despertar la consciencia de la gracia de Dios en la vida de todas las personas, especialmente en la vida de los niños. Su abuelo paterno lo había iniciado en su camino cuando un día miró al niño profundamente a los ojos y le dijo: “Freddy, me gustas tal como eres”. El amor del anciano por el niño, su respeto y aceptación de él como un ser único y valorado de manera única, abrió para el niño la ventana a través de la cual vería a todos sus conciudadanos del planeta Tierra. Sus propios padres lo criaron con inquebrantable bondad, honestidad y amor. Su madre le enseñó a buscar siempre la Luz, incluso en la mayor oscuridad. Cuando el joven Fred se angustiaba con las noticias de la televisión, su madre decía: “Busca a aquellos que ayudan a otros. Siempre encontrarás personas buenas”.

Y así fue como desde niño Fred decidió ser él mismo uno de los que ayudan a otros. Su particular forma de servicio llegó a él cuando, como estudiante universitario, encendió un televisor y vio a personas tirándose pasteles a la cara. De esta conmoción en su corazón sensible surgió el deseo de usar la televisión para ayudar a la gente de una manera que contrarreste su presente mensaje negativo. La usaría para que fuera un instrumento de valores humanos y bendiciones divinas. Cuando, a una edad avanzada, recibió el premio Emmy Lifetime Achievement, el señor Rogers (Fred) se paró ante la audiencia de celebridades brillantes y, por pura bondad de corazón, los tocó con la gracia que animó su propia vida: “Todos tenemos seres especiales. que nos han amado para que existamos ¿Podrías tomar, junto conmigo, diez segundos para pensar en las personas que te han ayudado a convertirte en quién eres? . . . Diez segundos de silencio”. Y así lo hizo la gente, muchos llorando, quizás transformados para siempre. Al final de los diez segundos de silencio, el señor Rogers dijo en voz baja: “Que Dios esté contigo”, y regresó a su asiento.

Fred Rogers dedicaba las primeras cuatro horas de cada día, para orar por cada uno de los cientos de personas que habían pedido su ayuda. A los que le habían escrito, les respondería. A aquellos que estaban de cumpleaños, y nunca olvidó un cumpleaños, les enviaría sinceros y buenos deseos. A los que él conocía que necesitaban consuelo, los llamaba por teléfono. Y si alguien llegaba a su puerta, le prestaba toda su atención, porque cada uno que venía, cada uno que escribía o llamaba, era Cristo mismo.

Un niño con polio, lisiado, incapaz de hablar, tan maltratado por sus cuidadores, que tenía un violento odio a sí mismo y estaba convencido de que Dios mismo lo despreciaba, todavía tenía una estrella brillante en su vida: su amor por el señor Rogers. Fielmente veía el programa de televisión año tras año. Por la gracia de Dios, el señor Rogers fue a la ciudad natal del niño para encontrarse con su pequeño amigo que sufría. “Me gustaría que hicieras algo por mí”, saludó al chico. “¿Harías algo por mí?” Aturdido por esta solicitud, porque nadie le había pedido nunca nada, el niño se recuperó y escribió en su computadora: “Sí. ¡Cualquier cosa!” Y el señor Rogers, con perfecta sinceridad y humildad, hizo su petición: “Me gustaría que rezaras por mí. ¿Orarías por mí?” El niño sabía, con absoluta certeza, que, si al señor Rogers, quien debía estar cerca de Dios, le agradaba lo suficiente como para pedirle sus oraciones, también debía agradarle a Dios. Y así comenzó su curación.

Un niño ciego de nacimiento, un niño que, cuando fue adulto, reclamó ferozmente la infancia que nunca había tenido, se rebautizó a sí mismo como “Joybubbles” (Burbujas de alegría), decidió mantener la inocencia de los cinco años para siempre. Durante un período de dos meses, hizo una peregrinación diaria a la biblioteca de Pittsburgh para escuchar e imaginar, los 865 episodios de televisión de: “El barrio de Mister Rogers”. A este niño, el Sr. Rogers se le apareció en una visión para enseñarle a orar. “No puedo rezar”, protestó Joybubbles. “Siempre me olvido de las palabras”. Y el señor Rogers respondió: “Lo sé, y es por eso que la oración que te voy a enseñar tiene solo dos palabras: ‘Gracias, Dios’”.

Este era su camino: “Unidos en oración, te adoramos”. Tomando las manos de los que estaban con él, el señor Rogers oraba, atrayendo la gracia de Dios hacia los reunidos y hacia círculos cada vez más amplios, para llegar y bendecir a los niños en todas partes y a los niños que aún viven en los corazones de toda la humanidad.

Gracias, Dios, por la sonrisa de Tu amor.

Gracias, Dios, por nuestra alegría.

(Si quieres conocer más sobre el Sr Rodgers, puedes ver este video: https://www.youtube.com/watch?v=bq-nOWc1yis )

En divina amistad,

Nayaswami Prakash
Por el diezmo de “Gracias, Dios” de Ananda

Comentarios cerrados.