Todos Somos Uno

fire-ceremonyHace doce años dejé mi profesión como profesora de enseñanza secundaria y comencé a dar clase de yoga. Algunas personas que empezaron a acudir a mis clases entonces continúan haciéndolo, y al cabo de los años, aunque sólo nos vemos durante una hora y cuarto dos veces a la semana, y en el ambiente de una clase, nuestra relación ha echado raíces, quizá más raíces de lo que yo misma había imaginado.

Una de estas personas que me acompaña dos veces a la semana desde hace doce años es Mónica. Mónica es una mujer silenciosa. Llega a clase temprano, prepara sus cosas y espera el comienzo en silencio; al final saluda rápidamente y se marcha. El jueves pasado coincidimos a la salida de clase y me habló de estas cartas, que un grupo de alumnos está leyendo, de cuánto le gustaban; pero en su comentario había mucho más que eso, algo muy profundo e inesperado. Mónica parecía emocionada mientras me decía: “Así también puedo sentirte cuando estoy en casa”. ¿Sentirme cuando está en casa? Su comentario me impactó. Jamás hubiera supuesto que yo tenía alguna importancia para Mónica, aparte del beneficio que pueda obtener de las clases. Así que necesité tiempo para asimilar sus palabras.

Mientras caminaba hacia el coche, de regreso a casa, comenzó a descubrirse la profundidad de lo que Mónica había dicho, porque me di cuenta de lo importante que era ella también para mí. Me di cuenta de que la echo de menos si algún día no viene a clase, y que llevo su sonrisa un poco tímida en el corazón. Me basta con traer a Mónica un momento a la mente para sentir su sonrisa. Y me hizo pensar en lo importantes que somos todos para los demás.

Qué poco conscientes somos del papel que jugamos en la vida de los otros, y cuánto les damos y podemos darles, cuánto puede significar nuestra presencia en sus vidas.

Ahora, mientras el viento frío de finales de Noviembre zarandea los tiernos avellanos en la huerta y alborota sus hojas, me viene a la memoria el comentario de otra alumna, Julia, hace ya varios años. Una fiesta, no sé si eclesiástica o civil, coincidía con un día de clase, y yo quería recuperar la clase que íbamos a perder. No conseguíamos encontrar el momento de recuperarla, así que todo el mundo me dijo que no me preocupara, que lo dejáramos, y Julia, cariñosamente, comentó: “¡Claro, es que tú quieres estar con nosotras!”. Sí, efectivamente, quería y quiero estar con ellas; quería y quiero estar con mis alumnos, con mis amigos, con mis vecinos, con todos y todo lo que me rodea, porque todos y todo están cargados de significado para mí.

Si ahora mismo esta rapaz que está ascendiendo en una térmica, elevándose en el cielo gris, me lleva un momento con ella, cuánta mayor participación en mi vida no tendrán los seres con quienes convivo, con quienes comparto la existencia.

Todos somos uno, dicen las escrituras de cualquier religión verdadera. Todos tenemos un gran significado, un gran papel que jugar, en la vida de los demás.

Ayer Carmen me acompañó por el río, y en nuestro paseo preguntaba qué podemos hacer frente a los dolorosos sucesos que azotan nuestro mundo, qué podemos hacer cuando los niños mueren a consecuencia de las bombas. Algo fundamental que podemos hacer es recordar que Todos somos uno, Ekam Sat, sólo existe Uno; y está en nuestras manos contribuir a que ese Uno tenga más luz, que haya en él más amor, más compasión, más sabiduría.

Yo le decía a Carmen que desde nuestra posición, lo mejor que podemos hacer es meditar y orar. La meditación y la oración vibran en una frecuencia muy elevada, impregnando el Uno que todos somos con esa elevada vibración. Meditar y orar contribuyen a que el Uno que todos somos brille más, ame más, se compadezca más y actúe con más sabiduría.

Que todos podamos vivir en el alma,

Tyagi Indrani Cerdeira
Editora de Ananda Ediciones

 

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