¿QUÉ QUEDA?

13 de Septiembre de 2018

Recientemente, mientras estábamos en Asís, vimos una película llamada “San Giuseppe Moscati: Doctor de los Pobres (pulse aquí para ver el enlace en inglés),” que fue escrita y dirigida por un buen amigo y condiscípulo, Giacomo Campiotti. Al ver la película hace algunos años, Swami Kriyananda había dicho que esta era la mejor película espiritual que había visto. Estamos definitivamente de acuerdo.

 

 

San Giuseppe Moscati, Doctor de los Pobres.

 

 

 

La película comienza en 1903 en Nápoles, Italia, donde Giuseppe Moscati empieza su carrera como un brillante y joven doctor e investigador médico. Pero también es un hombre de gran compasión, e incesantemente se entrega totalmente para aliviar el sufrimiento de los demás, especialmente los pobres luchadores. Los milagros comienzan a ocurrir: La gente es curada de enfermedades incurables, a veces por solo pensar en él; o alguien que fue declarado muerto por los otros doctores vuelve a la vida por medio de su ayuda.

Luego de trabajar largas horas en el ruidoso y abarrotado “Hospital para los Incurables,” él regresa todas las tardes a su casa al agradable hogar familiar que comparte con su hermana. Un día, cuando hace sus rondas, una mujer agonizante y abandonada le toma la mano y le suplica, “Tengo miedo. Por favor no me deje morir aquí.”

Sin dudar, la lleva a su propio hogar, donde ella muere silenciosamente en paz. Entre los pobres se empieza a correr la voz, y la mañana siguiente su hogar está lleno de gente sin dinero rogando por su ayuda médica. A partir de ese momento, todas las tardes luego de terminar sus rondas, él regresa a casa a tratar a todos aquellos que lo esperan allí.

Él no recibe dinero de estos pacientes, en vez de eso a menudo les da unas pocas liras para que paguen sus medicamentos. Finalmente se queda sin dinero y es obligado a vender incluso sus posesiones para poder servir a los demás. Giuseppe Moscati murió pacíficamente en 1927 a los cuarenta y siete años, y en 1987 fue declarado santo por la Iglesia Católica. La película retrata sin sentimentalismo la creciente belleza de un alma que continuó dando todo de sí hasta que todo lo que quedaba era el amor de Dios.

Su historia me recordó (en una forma muy pequeña y humilde) un episodio con Swami Kriyananda que ocurrió en mi propia vida. A principios de los años 70, yo estaba en el equipo del Retiro de Meditación de Ananda en el norte de California. En esos días (respiren hondo) no solo no teníamos computadoras para registrar a los invitados, ni siquiera teníamos un teléfono. Como se pueden imaginar, nunca sabíamos realmente quién iba a venir ni cuándo.

A veces los invitados llegaban con sus propias carpas y bolsas de dormir, pero a menudo necesitábamos encontrar una carpa para ellos sin usar, o una bolsa de dormir de la pequeña reserva de adicionales que teníamos a mano.

En esta noche de viernes en particular, yo ya había registrado una inusual gran cantidad de invitados, ya había entregado todas las carpas y bolsas de dormir que teníamos. Dado que se estaba haciendo tarde, me estaba preparando para cerrar la oficina e ir a mi pequeña casa rodante. En ese momento llegó otro invitado, con las manos vacías. Sin saber qué más hacer, le pedí que esperase unos minutos, y corrí hacia mi casa a buscar mi propia bolsa de dormir y colchoneta para él. Pasé una noche fría sobre una cama dura de madera, tapada solo con una sábana fina.

La mañana siguiente, mientras estaba abriendo la oficina, Swami Kriyananda entró y, presuntamente sin saber lo que había ocurrido la noche anterior, dijo con una gran sonrisa, “Ahora estás entendiendo la idea.” Sin preámbulo, sin explicación, solo esas palabras.

El otro día estábamos hablando con algunos amigos acerca de lo que podemos hacer para disolver el ego. Swami Kriyananda describió al ego como un “manojo de autodefiniciones”: definiciones tales como “Esta es mi casa, mi tiempo, mi espacio, mi cuerpo, mis ideas, mi bolsa de dormir…” A medida que, hebra tras hebra, cortamos la gruesa cuerda de autoconsciencia limitada que ata este manojo—una cuerda que consiste de innumerables pensamientos de “mío, mío, mío” —podemos por fin liberar todos los pequeños apegos con los que está formada. ¿Qué queda entonces? Solo Dios.

Luego de nuestra conversación, Sabine, una amiga nuestra de Asís, escribió este hermoso poema:

Imagina

Que escribes, pero la página

permanece vacía.

Imagina

Que pintas y el papel

se mantiene blanco.

Imagina

Que la lapicera no coopera,

porque los colores

bailan en la Luz

 

Con amistad divina,

Nayaswami Devi

Pulse el siguiente link para escuchar el audio de éste blog en inglés con voz de Nayaswami Devi:

 

Tumba de San Giuseppe Moscati en el corazón de Nápoles, Italia.

Reglas de Conducta de San José Moscati:

Sé un amante de la verdad:

Demuéstrate a ti mismo el hombre que eres,
Sin estímulo,

Sin miedo o favores,

Y si la verdad te cuesta la persecución,
Dale la bienvenida.
Si te cuesta tormentos,
Resístelos.

Y si por el amor a la verdad
Debes sacrificarte,
E incluso tu vida,
Sé resuelto en tu sacrificio.

 

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