Tercer capítulo – ¿Qué le sucede a nuestro planeta?

open-orange-dalia-1024x911Pocas personas, incluso entre las más reticentes a creer que ésta es una nueva era, negarán que vivimos en tiempos de crisis. Sólo hay que escuchar la música popular para sentir el pulso de los tiempos.

Es revelador seguir la pista al desarrollo reciente de la música popular: desde el majestuoso minueto de hace dos siglos, pasando por los ritmos más exuberantes del vals (“tremendamente sensual”, pensaba la gente cuando apareció por primera vez), a la excitación nerviosa de la época del jazz. La nerviosa época del jazz fue seguida por la histeria y la poderosa auto-afirmación de los “cuarenta”, con la época de las big bands. Después vino, con insistencia creciente, la violencia, angustia, escándalo y cruda pasión del rock moderno. El desarrollo de estos 200 años muestra qué cambio radical han sufrido las actitudes del público. Quizá la música popular lo dice mejor que cualquier otro medio: Vivimos en una época de tensión, de conflicto interior y exterior, de miedo apocalíptico. No es de extrañar que los fundamentalistas lo vean como “el fin del mundo” predicho por la Biblia y no esperen nada de la nueva era.

Se necesita tiempo para que se produzcan cambios radicales. Se necesita tiempo incluso para darse cuenta de ellos. Cuando se hacen notar generalmente suscitan multitud de reacciones, tanto positivas como negativas, eso produce confusión y retrasa todavía más la llegada de la comprensión clara. Los cambios nunca se producen con facilidad.

Situémonos por tanto fuera del presente y veamos los cambios que estamos contemplando como acontecimientos históricos. Imaginemos por un momento que vivimos en el futuro, digamos en el siglo XXIII d.C. o, para ser totalmente futuristas, en el año 493 Dwapara.

Kali Yuga (según nuestros historiadores) fue una época en que la conciencia humana estaba limitada por la creencia en que la materia era fija y absoluta. La humanidad estaba entregada a esta creencia y por tanto no podía comprender fácilmente las cosas en términos de fluidez.

En religión, una verdad se aceptaba sólo si podía ser arropada por una definición absoluta, un dogma, como curiosamente se le llamaba. El universo, incluso para los científicos de aquellos tiempos, era un mecanismo gigante. La gente tenía una idea, hasta de las esferas divinas, como estáticas, no dinámicas, casi como imágenes cristalizadas, congeladas en la eternidad.

También en la sociedad todo tenía asignado su lugar propio. La gente tenía una posición definida y, a su vez, era definida por esa posición. Un rey era un rey, no un simple ser humano que vivía al margen de las normas reales. Un aldeano era un aldeano y si alguna vez la gente pensaba en él puramente en términos humanos (lo que apenas ocurría), entonces, al menos su superior social, lo definía como perteneciente al orden inferior de la humanidad.

Eran inconcebibles cambios en el status quo, pues el status quo era un estado mental. La mayoría de las personas sencillamente no se preguntaba sobre estos asuntos.

Y entonces, gradualmente, comenzaron a levantarse las nieblas de Kali Yuga. Las viejas formas empezaron a perder definición, como las estrellas al acercarse el amanecer. La conciencia de Dwapara comenzó a infiltrarse en el mundo y en la conciencia humana.

Pronto, algunos espíritus precoces comenzaron a hacer descubrimientos. Descubrieron que la tierra no es plana, como se había creído, sino redonda. Copérnico, al comienzo del siglo dieciséis, propuso que el sol, no la tierra, es el centro del universo y más tarde su teoría fue respaldada por Galileo, Kepler y Newton. No obstante, Copérnico levantó una airada protesta en los círculos más ortodoxos, que sintieron que las bases de la religión se tambaleaban.

El siglo diecisiete vio el fin de la noche de Kali Yuga. Los conceptos establecidos sobre el orden natural, basados en el silogismo y la lógica, perdieron pie y fueron arrastrados por la marea creciente de los descubrimientos científicos modernos. Las aserciones dogmáticas dieron paso a la experimentación como el método adecuado para llegar a la verdad. Los baluartes de los supuestos establecidos fueron resquebrajándose año tras año ante el cañoneo ininterrumpido de las nuevas conclusiones.

No obstante, los hábitos de pensamiento, fuertemente amurallados, aunque resquebrajados con frecuencia no eran fáciles de derribar. En los siglos XVIII y XIX, durante lo que Sri Yukteswar llama el sandhya, o periodo de transición, a Dwapara Yuga, se tendía a mirar las nuevas teorías y descubrimientos con desconfianza, casi con hostilidad. Por otra parte, ¿no era esto natural? La resistencia estaba presente incluso en los círculos científicos. William Thompson Kelvin, el físico y matemático inglés del siglo XIX, nunca aceptó la teoría electromagnética de la luz de Maxwell, porque, decía, no seguía un modelo mecánico.

Kali Yuga tardó en ceder su dominio sobre la mente de las personas. La nueva energía de Dwapara Yuga se utilizó para reforzar las actitudes persistentes de Kali Yuga. El hombre empleó su creciente energía en el saqueo de las riquezas del planeta, en vez de trabajar con la Naturaleza en armonía recíproca.

Mientras tanto, los espíritus más sensibles, artistas, poetas y compositores del siglo XIX, por ejemplo, censuraban el aparente triunfo del materialismo y soñaban nostálgicamente con lo que ingenuamente suponían que habían sido tiempos más simples. Hans Christian Andersen, reaccionando ante el absurdo de este sueño romántico, escribió un cuento en el que un hombre del siglo XIX era transportado al pasado, a la Edad Media. Andersen describió la tremenda desilusión del pobre hombre ante el barro omnipresente, las calles oscuras, la pobreza, los interminables inconvenientes. Su historia fue un buen tanto.

Y aún así los espíritus poéticos continuaron soñando. Nunca comprendieron que sus mismos sueños estaban animados por los nuevos rayos de conciencia que podrían, realmente, liberar al espíritu humano de la esclavitud de la materia y del auténtico materialismo que ellos deploraban.

Por lo que se refiere a la conciencia generalizada, la nueva conciencia inspiró a la gente un nuevo deseo de expresarse a sí misma. Nunca volverían a vivir en la esclavitud de posiciones heredadas, hacia las que interiormente no sentían afinidad. De todas formas, también en esto, el cambio llegó con vacilación. Los rayos persistentes de Kali Yuga produjeron nuevas tendencias en la conciencia social, que se manifestaron como movimientos de masas. La gente pensaba en términos de cantidad, no de calidad. Los levantamientos, las revoluciones y las nuevas filosofías sociales que proponían “el poder para el pueblo” (en vez del más luminoso concepto de “el poder para la verdad”) fueron simplemente signos de los tiempos.

El siglo XIX vio lo que se pregonó extensamente como el triunfo del materialismo. De hecho lo que realmente sucedió fue que la energía Dwapara, al infiltrarse en la conciencia de la gente, por un momento dio energía a sus viejos hábitos de pensamiento, incluyendo la hipnosis del materialismo. Dwapara Yuga simplemente pareció animar esos conceptos antes de hacerlos añicos definitivamente.

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Regresemos ahora, después de haber mirado por un momento hacia atrás, hacia esas tendencias generales del pasado, al siglo XX. En nuestros días es frecuente que la gente critique el general deterioro moral. Otros, como Jean Paul Sartre, que hizo del nihilismo una auténtica definición de progresismo, declaran con satisfacción que la vida no tiene objeto, no tiene significado. Se mire por donde se mire,  la atmósfera de los tiempos debe describirse como una crisis de fe.

La gente todavía no se ha dado cuenta de que ya se han sembrado las semillas de una fe más profunda y de que están incluso abriéndose ya verdes brotes hacia el acogedor sol.

Inevitablemente existe un virulento conflicto entre las actitudes de Kali Yuga, que las personas convencionales consideran correctas y adecuadas, y las actitudes Dwapara, que los espíritus más libres de nuestro planeta aceptan actualmente como liberadoras. Las mentes convencionales se vuelven hacia los textos antiguos y las antiguas autoridades como sostén. Pero en la mayoría de los casos, el sostén que reclaman es simplemente una cuestión de interpretación. El mismo Jesucristo, a cuyas enseñanzas acuden a menudo para combatir a la ciencia, animaba a sus seguidores a abrazar la verdad y no ser dogmáticos. “La verdad”, dijo, “os hará libres.”

El conflicto entre la agonizante rigidez y dogmatismo de Kali Yuga y la recién nacida apertura de Dwapara Yuga, parece destinado a estallar en un conflicto abierto sin tardar mucho. De hecho quizá lleguemos a ver otra guerra mundial, mucho más devastadora que la última. Quizá suframos otros tipos de desastres: plagas, depresión mundial, incluso cataclismo global, antes de que la conciencia humana se ablande lo suficiente como para recibir sin obstáculos los rayos de Dwapara Yuga.

Los cambios en la Tierra, si llegan a producirse, serán la respuesta de la Naturaleza a la falta de armonía en los pensamientos y la energía de la humanidad. Si las personas dirigieran estos mismos pensamientos y energía hacia la armonía, producirían cambios mundiales para bien.

No obstante, si tuviera lugar una devastación, serviría para limpiar el terreno, por decirlo así, para la próxima cosecha. En esta era, o yuga  ascendente, el desastre no será total. En última instancia resultará beneficioso.

En esencia, la diferencia entre la conciencia humana durante Kali Yuga y Dwapara Yuga fue resumida por Zenón en su paradoja de la flecha. Zenón, un filósofo de la Grecia antigua, argumentaba (¡a aquellos griegos les apasionaba una buena pelea filosófica!) que es un contrasentido referirse a una flecha en vuelo. En cualquier momento del supuesto vuelo, decía, la flecha está estacionada en un punto concreto del espacio. Su trayectoria no es sino una serie infinita de puntos a lo largo de su recorrido. En otras palabras, la flecha, a pesar de las apariencias, no está moviéndose en absoluto.

La mentalidad del hombre de Kali Yuga se rasca la cabeza, enarca las cejas y finalmente declara, “¡Vaya!, ¡caramba!, supongo que eso tiene sentido, pero entonces, ¿cómo consigue llegar la flecha a su destino?”. La mentalidad de Kali Yuga no puede resolver la paradoja por la sencilla razón de que, para ella, los puntos fijos son el marco de referencia natural; el movimiento entre ellos no tiene solidez y por tanto es menos real.

Por su parte, la mentalidad de Dwapara Yuga dice, “¡Cómo puedes ser tan absurdo! El movimiento de la flecha es lo real, no los puntos a lo largo de la trayectoria. Esos puntos, en sí mismos, no tienen realidad. Son ilusorios”. En Dwapara Yuga la materia se considera sólo una onda, o vibración, de la energía.

Kali Yuga ve la progresión en términos de sus estados individuales. Dwapara Yuga la ve como un flujo.

Kali Yuga ve toda realidad compartimentada, cada cosa separada de todas las demás. Dwapara Yuga ve la realidad como un todo integral.

Kali Yuga analiza; establece diferencias. Dwapara Yuga busca la unidad que subyace a las diferencias.

Kali Yuga dice, “o esto o aquello”. Dwapara Yuga dice, “esto y aquello”

Para la mentalidad de Kali Yuga, al separar cada realidad de todas los demás, los problemas parecen con frecuencia insolubles. Kali Yuga no ve una conexión natural entre los problemas y sus soluciones. Por tanto se orienta hacia los problemas, pues cuando existe un problema, éste es la realidad inmediata.

Dwapara Yuga, con su visión unificadora, comprende que en la creación todo es un equilibrio entre opuestos. Al ver las cosas íntegramente, Dwapara Yuga se orienta de forma más natural hacia las soluciones. Al observar un problema busca automáticamente su solución acompañante. Por eso Dwapara Yuga encuentra solución a problemas que para la mentalidad de Kali Yuga son insolubles.

La ciencia moderna, cada vez más recargada de complejidad, ansía encontrar una nueva simplicidad tanto como un viajero en el desierto anhela encontrar un oasis. De hecho la obsesión de la ciencia por los detalles es tan sólo un remanente de los hábitos de pensamiento de Kali Yuga. Incluso hoy, la vanguardia de la ciencia está llevando al ser humano más allá de la forma, a esas fuerzas de la energía que generan las formas.

La lucha entre la conciencia de Kali Yuga que decae y la influencia de Dwapara Yuga que alborea, es inevitable y temporal. Sólo puede resolverla el tiempo. Por tanto miremos hacia delante, hacia el momento no tan distante en que estas cuestiones serán más claras. Y visualicemos lo que el futuro nos depara.

Pues las tendencias del futuro están ya comenzando a emerger a nuestro alrededor. De hecho, ya están haciéndose evidentes para quienes, como señaló Jesucristo, “tengan ojos para ver.”

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