DÍA ASOMBROSO, GRACIA ASOMBROSA

8 de marzo 2018

 Cuando era joven tuve un día asombroso, y todavía se repite en los corredores de mi memoria. Tenía alrededor de seis años, y vivía en un pequeño pueblo en el norte de Iowa. Nuestra casa estaba del otro lado de la calle de un gran parque en una parte de la ciudad con colinas, y mi juventud la pasé jugando y explorando entre sus árboles, estanques y césped. Esas imágenes, grabadas en mi joven mente, todavía forman el “paño mágico” del tapete de alguno de mis sueños.

En las profundidades del invierno amaneció un día mágico. El suelo estaba cubierto con nieve, lo que no era inusual, ya que la nieve llegaba normalmente en el otoño tardío. Luego cubría el suelo hasta esos días mágicos de primavera cuando, como escribió el poeta E. E. Cummings, “El mundo es barro delicioso y un charco maravilloso.”

Este día era distinto. Había sucedido algo extraño e inusual durante la noche, tal vez un hechizo de calentamiento seguido de una helada profunda. El resultado era mágico para un joven aventurero incipiente como yo: Había una delgada costra de hielo congelado cubriendo todo el paisaje nevado. Brillaba en la luz de la mañana como un trillón de diamantes, pero la belleza era la menor de sus maravillas.

Podía caminar sobre él, aunque tenía que ser cuidadoso —si saltaba o corría, atravesaba la corteza. Pero si pisaba suavemente, me sostenía. Era una pista de hielo resbaladiza, divertida para deslizarse. A menudo visitábamos estanques congelados y nos parecían divertidos por unos minutos, pero esto era distinto. Esto era en todo el terreno. Y no era plano o aburrido: ¡Tenía montículos!

Mis amigos y yo nos dimos cuenta rápidamente de que podíamos bajar deslizándonos por los montículos sobre pedazos de cartón. No eran pendientes “fáciles” aptas para trineos y niños. Había árboles que evitar. Pasamos toda una mañana deslizándonos, regresando con esfuerzo, y lanzándonos nuevamente al peligro. Finalmente, con mi cuerpo magullado y mi asombro saciado, me dirigí a mi casa por un almuerzo caliente, rebosando de felicidad con historias de mi aventura.

Creo que este incidente se ha quedado en mi mente porque hubo muchas lecciones en él. Primero, se requería de varias cualidades positivas para aprovechar esta oportunidad: entusiasmo, valor, determinación—un espíritu de aventurero. Pero otro mensaje espiritual viene a mi mente:

 

 

Pintura “Primer Día de Primavera” por Nayaswami Jyotish

 

 

 

Todo nuestro mundo está cubierto por una delgada corteza de gracia, hermosa y delicada. Si estamos demasiado pesados con preocupación, duda, y cinismo, la frágil gracia no puede sostenernos. Si andamos por la vida con ira, negatividad, o indiferencia, atravesamos la delicada cobertura y perdemos todo sentido de la belleza y asombro del mundo. Pero si nos deslizamos suavemente con cualquier cosa que nos ocurra, podemos experimentar el asombro y gozo del mundo.

Muy a menudo cuando crecemos nos volvemos serios. Aprendemos a temer y rechazar las pendientes resbaladizas de la vida, que nos da Dios para nuestra “educación y entretenimiento.” Y crecemos volviéndonos demasiados sofisticados y orgullosos como para contentarnos con un simple pedazo de cartón o una vida simple.

Cuando Swami Kriyananda era un discípulo nuevo, Paramhansa Yogananda le dijo que era demasiado serio. “Tienes que volverte más como un niño,” le dijo, y citó la frase de Jesús, “Dejen que los niños vengan a mí, y no se lo impidan: porque de ellos es el reino de Dios.”

Recordemos esos días mágicos de la niñez que todavía quedan en nuestra memoria. Aún mejor, volvámonos como niños otra vez, y juguemos en las colinas y valles de Dios.

En gozo de niño,

Nayaswami Jyotish

 

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