Canto de Otoño

rio-torio¿Os acordáis del río Torío? Un camino, que pasa por la aldea donde vivo, lo acompaña durante varios kilómetros. Este camino es uno de mis paseos predilectos. Voy hacia allí. Doblo la esquina que desemboca en la plaza de la iglesia y el olor a leña quemándose en alguna chimenea me lo dice: Ya está aquí el otoño. Me lo dicen también los verdecillos, ¿o son verderones?, que aletean vivarachos a guarecerse de la lluvia en el primer fresno del camino. La lluvia fina, el otoño, parecen gustarles, a ellos y a todos los pajarillos que me encuentro, petirrojos, colirrojos, chochines, pinzones, cantan ágiles, despiertos, ¿anuncian felices el fin de la sequía?

En un pilar de madera que en su día sostuvo la vida trepadora del lúpulo, diviso un pico picapinos. Su colorido, su largo pico, su actitud alerta, llaman mi atención y me hacen detenerme. Y al detenerme surge el silencio; el contraste con el fuerte golpear de mis pasos hace un momento, el sonido armonioso de la lluvia en el paraguas, hacen sentir el silencio. Cierro los ojos, miro hacia arriba e inmediatamente comienza a palpitar el alma en la columna, en la espalda. Viene a mi mente, y comienzo a cantarla, una canción: ¿Qué es esta vida que corre por mis venas? No puede ser sino divina.

Quizá a lo largo de la semana, en el tumulto de los quehaceres cotidianos, se nos olvida el alma. Juan, el hijo de Carmen, está enfermo; murió un primo de Paco; el trabajo de Andrea es extenuante; el esposo de Elena padece una dolencia grave… Y el alma parece retirarse. Pero detente un momento, cierra los ojos, mira hacia arriba y escucha la canción del alma. A pesar de todos los contratiempos, en el centro de las turbulencias, nos espera.

La lluvia cae despacio sobre el río y después de dos meses de estío parece reconfortarlo. Estoy en la orilla, miro un poco río abajo, sólo unos metros río abajo, al caer, las gotas crean destellos sobre unas zonas más pedregosas, remansos de calma en otras. Regreso al camino y algo me atrae de nuevo, los tonos amarillos: amarillo claro, amarillo oscuro, brillante, transparente, anaranjado, pardo… Los alisos aún verdes, los chopos amarilleando, el púrpura de los boneteros, los frutos rojos de la rosa silvestre y el espino. Me detengo, el petirrojo hincha el pecho y canta. de nuevo el alma: ¿Qué es esta luz que sube a mi cerebro? No puede ser sino divina.

No nos abandones, no te calles nunca, en medio de las turbulencias, de los remolinos que podrían succionarnos, continúa diciéndonos que estás ahí, que estás aquí.

Desde el canto del alma,

Tyagi Indrani Cerdeira
Editora de Ananda Ediciones

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