Capítulo 29

Rabindranath Tagore y Yo Comparamos Escuelas

   “Rabrindranth Tagore nos enseñó, como medio natural de expresarnos, a cantar como los pájaros”.

   Bhola Nath, un jovencito de catorce años que llegó a mi escuela de Ranchi, me contó esto al felicitarle una mañana por sus melodiosos arrebatos. Con o sin que se le provocara, el chico dejaba salir un torrente de melodía. Anteriormente había asistido a la famosa escuela “Santiniketan” (Cielo de Paz) de Tagore, en Bolpur.

   “He tenido en los labios las canciones de Rabindranath desde mi primera juventud”, le dije a mi compañero. “Todo bengalí, hasta los campesinos iletrados, se deleita con sus elevados poemas”.

   Bhola y yo cantamos juntos algunos estribillos de Tagore, que había puesto música a miles de poemas indios, algunos originales y otros muy antiguos.

   “Conocí a Rabindranath poco después de que recibiera el Premio Nobel de Literatura”, le comenté tras nuestros cantos. “Me sentí atraído a visitarle porque admiraba el poco diplomático valor que desplegó con sus críticos literarios”. Me reí.

   Bhola, lleno de curiosidad, quiso conocer la historia.

   “Los eruditos despellejaron cruelmente a Tagore por introducir un nuevo estilo en la poesía bengalí”, comencé. “Él mezclaba expresiones coloquiales y clásicas, haciendo caso omiso de todas las limitaciones establecidas, tan caras a los pundits. Sus canciones expresaban profundas verdades filosóficas en atractivos y emotivos términos, con poco respeto hacia las formas literarias aceptadas.

   “Un crítico muy influyente se refería con desprecio a Rabindranath como a un ‘pichón-poeta que vende sus arrullos impresos por una rupia’. Pero la venganza de Tagore estaba cercana; todo el mundo occidental le rindió homenaje tan pronto como se tradujo al inglés su Gitanjali (Song Offerings). Un tren cargado de pundits, incluyendo su antiguo crítico, fue a Santiniketan a felicitarle.

   “Rabindranath recibió a sus huéspedes sólo tras una intencionalmente larga espera y después escuchó sus alabanzas en estoico silencio. Al final volvió contra ellos sus propias y habituales armas críticas.

   “‘Señores’, dijo, ‘los fragantes honores que me ofrecen ahora se confunden incongruentemente con los pútridos olores de su antiguo desdén. ¿Existe quizá alguna conexión entre el hecho de que se me haya concedido el Premio Nobel y sus repentinas grandes dotes críticas? Soy el mismo poeta que les disgustaba a ustedes cuando ofrecí por primera vez mis humildes flores en el santuario del bengalí’.

   “Los periódicos publicaron la noticia del audaz castigo impuesto por Tagore. Admiré las francas palabras de un hombre que no se dejó hipnotizar por los halagos”, continué. “Fui presentado a Rabindranath en Calcuta por su secretario, Mr. C. F. Andrews1, que vestía simplemente el dhoti bengalí. Él se refería cariñosamente a Tagore como a su gurudeva.

   “Rabindranath me recibió amablemente. Emanaba una balsámica aura de encanto, cultura y cortesía. Respondiendo a mi pregunta sobre sus antecedentes literarios, Tagore me dijo que una antigua fuente de inspiración, además de los poemas épicos religiosos, había sido el poeta clásico Bidyapati”.

   Inspirado por estos recuerdos, comencé a cantar la versión de Tagore de una vieja canción bengalí, “Enciende la Lámpara de Tu Amor”. Bhola y yo cantamos alegremente mientras paseábamos por los terrenos de la Vidyalaya.

   Unos dos años después de fundar la escuela de Ranchi, recibí una invitación de Rabindranath para que le visitara en Santiniketan y tratáramos sobre nuestros ideales educativos. Acudí con mucho gusto. Cuando entré el poeta estaba sentado en su estudio; pensé entonces, al igual que en nuestro primer encuentro, que era el modelo más imponente de soberbia madurez que ningún pintor podría desear. Su rostro de noble patricio bellamente tallado, estaba enmarcado por el pelo y la barba largos y sueltos. Grandes y dulces ojos, una sonrisa angelical y una voz con la cualidad de la flauta que literalmente encantaba. Robusto, alto y grave, combinaba una ternura casi femenina con la deliciosa espontaneidad de un niño. Ningún concepto idealizado de un poeta podría encontrar una forma más apropiada para encarnarse que la de este gentil cantor.

   Tagore y yo nos enfrascamos rápidamente en un estudio comparativo de nuestras escuelas, fundadas ambas siguiendo líneas poco ortodoxas. Descubrimos que tenían muchos rasgos comunes, instrucción al aire libre, simplicidad, amplias oportunidades para el espíritu creativo de los niños. No obstante, Rabindranath ponía mucho énfasis en el estudio de la literatura y la poesía y de la expresión personal a través de la música y la canción, tal como yo había ya notado en Bhola. Los niños de Santiniketan observaban periodos de silencio, pero no recibían una preparación en yoga específica.

   El poeta escuchó con halagadora atención mi descripción de los ejercicios de energetización “Yogoda” y de las técnicas de concentración yoga que se enseñaban a los alumnos de Ranchi.

   Tagore me habló de sus propios problemas educativos durante los primeros años. “Huí de la escuela después del quinto grado”, dijo riéndose. Pude comprender perfectamente hasta qué punto su innata delicadeza poética habría sido ofendida en la gris y disciplinaria atmósfera de un aula.

   “Por eso abrí Santiniketan bajo los frondosos árboles y el esplendor del cielo”. Señaló con un elocuente gesto a un pequeño grupo que estudiaba en el bello jardín. “Un niño está en su marco natural entre las flores y el canto de los pájaros. Sólo así puede expresar totalmente la oculta riqueza de su dote individual. La verdadera educación jamás puede ser aprendida apresuradamente y bombeada desde fuera, por el contrario debe ayudar a sacar espontáneamente a la superficie los infinitos tesoros de la sabiduría interior”2.

   Estuve de acuerdo. “Los instintos idealistas y heroicos del joven se mueren de hambre con una dieta compuesta únicamente por estadísticas y eras cronológicas”.

   El poeta habló cariñosamente de su padre, Devendranath, que había inspirado el inicio de Santiniketan.

   “Mi padre se me presentó con este fértil terreno, en el que ya había construido una casa para huéspedes y un templo”, me contó Rabindranath. “Comencé aquí mi experimento educativo en 1910, con sólo 10 chicos. Las ocho mil libras que acompañan al Premio Nobel se utilizaron totalmente en el mantenimiento de la escuela”.

   El viejo Tagore, Devendranath, conocido en todas partes como “Maharishi”, era un hombre realmente notable, como puede descubrirse en su Autobiografía. Pasó dos años de su madurez meditando en el Himalaya. A su vez, su padre, Dwarkanath Tagore, había sido célebre en toda Bengala por la munificencia de sus obras benéficas. De este ilustre árbol ha brotado una familia de genios. No sólo Rabindranath, todos sus familiares se han distinguido en el campo de la creatividad. Sus hermanos Gogonendra y Abanindra figuran entre los artistas3 más destacados de la India; otro hermano, Dwijendra, es un profundo y visionario filósofo a cuya dulce llamada responden los pájaros y las criaturas del bosque.

   Rabindranath me invitó a pasar la noche en la casa de huéspedes. Por la tarde, fue realmente un espectáculo encantador ver al poeta sentado en el patio con un grupo de chicos. El tiempo había retrocedido; la escena que tenía ante mí era la de una ermita antigua, el feliz cantor rodeado de sus devotos, todo aureolado de amor divino. Tagore tejía lazos con las cuerdas de la armonía. Nunca enérgico, atraía y conquistaba el corazón con un irresistible magnetismo. ¡Rara flor de poesía que se abría en el jardín del Señor, atrayendo a otros con su fragancia natural!

   Con su melodiosa voz, Rabindranath nos leyó algunos de sus exquisitos poemas recientemente compuestos. La mayor parte de sus canciones y obras dramáticas, escritas para deleite de sus alumnos, fueron creadas en Santiniketan. Para mí, la belleza de sus versos reside en su arte para referirse a Dios en casi todas las estrofas sin mencionar apenas el Nombre sagrado. “Borracho de la dicha de cantar”, escribió, “me olvidaba de mí mismo y te llamaba amigo, a ti, que eres mi señor”.

   Al día siguiente, después de la comida, me despedí del poeta de mala gana. Me alegra que su pequeña escuela se haya convertido en una universidad internacional, “Viswa-Bharati”, donde estudiosos de todos los países han encontrado un escenario ideal.

   “Donde la mente no tiene miedo y la cabeza se mantiene alta;
   Donde el conocimiento es libre;
   Donde los estrechos muros domésticos no han fragmentado el mundo;
   Donde las palabras surgen de la verdad profunda;
   Donde el esfuerzo incansable tiende sus brazos hacia la perfección;
   Donde el claro arroyo de la razón no se ha desviado por el gris desierto del muerto hábito;
   Donde la mente se dirige hacia Ti en pensamientos y acciones en continua expansión;
   ¡Padre mío, permite que mi país se despierte en ese cielo de libertad!”.4

RABINDRANATH TAGORE

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1 El escritor y publicista inglés, amigo íntimo de Mahatma Gandhi. El señor Andrews es honrado en la India por los muchos servicios prestados a su país de adopción. Volver

2 “Para el alma, que ha nacido repetidamente o, como dicen los hindúes, ‘ha recorrido el camino de la existencia durante miles de nacimientos’… no existe nada cuyo conocimiento no haya alcanzado; ninguna maravilla que no sea capaz de recordar.. que no conociera anteriormente… Pues el preguntarse y el aprender es todo recuerdo”. Emerson. Volver

3 También Rabindranath, en la sesentena, se embarcó en un serio estudio de la pintura. Hace algunos años sus “futuristas” obras se expusieron en las capitales europeas y en Nueva York. Volver

4 Gitanjali (Nueva York: Macmillan Co.). Puede encontrarse un serio estudio sobre el poeta en The Philosophy of Rabindranath Tagore, del célebre erudito Sir S. Radhakrishnan (Macmillan, 1918). Otro libro orientativo es Rabindranath Tagore: The man and His Poetry (Nueva York: Dodd, Mead, 1915). Budda and the Gospel of Buddhism (Nueva York: Putnam’s, 1916), de la eminente autoridad en arte oriental Ananda K. Coomaraswamy, contiene varias ilustraciones en color del hermano del poeta Abanindra Nath Tagore. Volver

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