Abandónate en este Instante

No sé dónde decís adiós al día cada uno de vosotros, para mí la huerta es el lugar donde todas las noches me despido del día que terminó. Es el último contacto con la naturaleza, y también el último momento de sentir la grandeza de la Creación justo antes de retirarme a casa. Fuera de la ciudad el cielo nocturno es tan extenso, tan profundo, tan afirmativo. Aun componiéndose de un número escaso de elementos, cada noche parece comunicarse en un lenguaje nuevo. Cuántas noches me he encontrado diciéndome: ¡”Nunca había visto un cielo así!”.

El viernes pasado fue una de esas noches en que nunca había visto un cielo así.

El panorama más amplio que yo puedo contemplar desde la huerta, es hacia el Este. Y en el Este el cielo estaba cubierto de nubes pequeñas, blancas, redondeadas; podría haber sido un cielo “empedrado”, pero con bolas grandes de algodón. La luna, casi llena, había ascendido la colina no hacía mucho tiempo, y su luz plateada iluminaba las nubes desde atrás. Así que hacia el Este el cielo aparecía iluminado de nubes contrastando con la oscuridad alrededor. Pronto las masas algodonosas comenzaron a separarse en algunos puntos, dejando huecos negros donde refulgían las estrellas. Y no sabía qué producía más expansión, las magníficas nubes misteriosamente iluminadas o las estrellas, su brillo intenso, directo. Todo en el cielo, toda la luz nocturna, llamaban a abandonarse, y en el abandono había plenitud, la sensación de que la noche, el cielo, te llenaban; la sensación de ser.

Al día siguiente de nuevo me llamaron los efectos de la luz en el río. Al atardecer, mientras las sombras iban oscureciendo las orillas, todavía la luz se filtraba entre la vegetación ya complemente deshojada, y extraía reflejos cambiantes del agua. Este último destello del día levantaba una sonrisa de alegría en el corazón. Y al pararme un momento a disfrutar esta alegría, de nuevo el tiempo entró en otra dimensión, se extendía, se alargaba, no tenía fin.

La vida es eterna, estamos viviendo sólo el reflejo de un instante. Si nos abandonamos en este instante, saboreamos la fuerte conciencia de estar totalmente presentes y, cosa extraña, infinitamente presentes al mismo tiempo. En este instante que traspasa todo límite, se entra en la conciencia casi abstracta de ser. Y al volver de ese estado, sabemos que la forma que está tomando nuestra vida externa es sólo un reflejo fugaz; un reflejo fugaz con una profunda lección que aprender. Si no nos resistimos a la lección, si comprendemos que es sólo un instante de aprendizaje y que, una vez adquirido, ese aprendizaje nos hará libres, merece la pena entrar en él, zambullirse en él, y salir liberados.

A veces es difícil recordar que estamos aquí para tener determinadas experiencias que nos enseñarán a abandonarnos. Quizá un ser querido está enfermo, o lo hemos perdido, o nuestra hija o nuestro hijo joven empiezan a alejarse, y cuesta abandonarse a la experiencia. A veces no conseguimos saber qué se nos está pidiendo o nos parece que se nos pide demasiado. Pero lo que se nos pide es sólo un instante de esfuerzo, el instante que nos separa de la eternidad.

El sábado Carmelita me acompañó en el último tramo de paseo, así que quiero dedicarle a ella este final. Querida Carmelita, sí, a cada paso que damos aparecen las pruebas que nos preparan para el siguiente, y si nos abandonamos y penetramos en el corazón de ese instante, entramos en la eternidad.

Desde el presente del alma,

Tyagi Indrani Cerdeira
Editora de Ananda Ediciones

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