Capítulo 48

En Encinitas, California

   “¡Una sorpresa, señor! Durante su viaje al extranjero hemos construído esta ermita en Encinitas; es un regalo de ‘bienvenida’!”. La Hermana Gyanamata me condujo a través de una verja a un camino sombreado de árboles.

   Vi un edificio que sobresalía como un transatlántico sobre el mar. Primero me quedé sin habla, después algunos “¡Oh!” y “¡Ah!”, por fín, con el insuficiente vocabulario humano para expresar alegría y gratitud, examiné el ashram, con diecisiete habitaciones inusualmente grandes, todas ellas terminadas de un modo encantador.

   La gran sala principal, con inmensas ventanas hasta el techo, mira hacia un altar en que se unen césped, océano y cielo; una sinfonía en esmeralda, ópalo y zafiro. La repisa de la enorme chimenea sostiene un cuadro del incomparable Lahiri Mahasaya, que sonríe sus bendiciones sobre el lejano cielo del Pacífico.

   Directamente debajo de la sala, construidas en la misma roca, dos solitarias cuevas de meditación se abren al cielo y el mar infinitos. ¡Terrazas, rincones para tomar el sol, varios metros cuadrados de orquídeas, un bosquecillo de eucaliptos, senderos enlosados que conducen, entre rosas y lirios, a tranquilos cenadores, un largo tramo de escaleras termina en una playa solitaria y las vastas aguas! ¿Hubo alguna vez un sueño más concreto?

   “Que las almas buenas, heroicas y generosas de los santos vengan aquí”, dice la “Oración para una vivienda”, del Zend-Avesta, colgada en una de las puertas de la ermita “y que vayan con nosotros de la mano, ofreciendo las virtudes curativas de sus benditos dones tan extensos como la tierra, tan largos como los ríos, tan elevados como el sol, para apoyo de los mejores hombres, para el aumento de la abundancia y la gloria.

   “Que en esta casa la obediencia conquiste a la desobediencia; que la paz triunfe sobre la discordia; la generosidad sobre la avaricia, la verdad sobre la falsedad, la reverencia sobre el desprecio. Que nuestras mentes se regocijen y nuestras almas se eleven, que nuestros cuerpos sean glorificados también; y ¡Oh, Luz Divina!, que podamos verte y, acercándonos, volver a Ti y alcanzar Tu total compañía!”.

   La construcción de este ashram de Self-Realization Fellowship fue posible gracias a la generosidad de algunos discípulos americanos, hombres de negocios con interminables responsabilidades que, no obstante, encuentran tiempo para sus prácticas diarias de Kriya Yoga. Durante mi estancia en la India y Europa no se permitió que llegara a mí una sola palabra sobre la ermita. ¡Sorprendente, delicioso!

   Durante mis primeros años en América, había recorrido la costa de California buscando un pequeño lugar para un ashram junto al mar; cada vez que encontraba un sitio adecuado, invariablemente surgía un obstáculo que desbarataba mis planes. Mirando ahora los amplios terrenos de Encinitas1, veo humildemente la realización natural de la predicción que Sri Yukteswar hizo hace mucho tiempo: “una ermita junto al mar”.

   Algunos meses después, en la Pascua de 1937, celebré el primero de muchos Servicios del Amanecer en el suave césped de Encinitas. Como los magos de tiempos antiguos, cientos de estudiantes contemplaban con reverente devoción el milagro diario, la ceremonia del primer fuego solar en el cielo de Oriente. A Occidente el inagotable Pacífico, haciendo retumbar sus solemnes alabanzas; en la distancia un diminuto velero blanco y el solitario vuelo de una gaviota. “¡Cristo, tú has resucitado!”. ¡No sólo con el sol de la primavera, sino en el eterno amanecer del Espíritu!

   Pasaron muchos meses felices; en la paz de la belleza perfecta pude completar en la ermita mi obra largamente proyectada, Cantos Cósmicos. Reuní con letra en inglés y notación occidental alrededor de cuarenta canciones, algunas originales, otras adaptaciones de melodías antiguas. En estos Cantos se incluyen el canto de Shankara, “Ni Nacimiento, Ni Muerte”; dos de los favoritos de Sri Yukteswar; “Despierta, Despierta Ya, Oh Santo Mío!” y “Deseo, mi Gran Enemigo”; el antiguo canto sánscrito “Himno a Brahma”; las viejas canciones bengalíes, “¡Qué relámpago!” y “Han oído Tu Nombre”; la canción de Tagore “¿Quién está en mi Templo?” y varias composiciones mías: “Seré Siempre Tuyo”, “En el País Más Allá de los Sueños”, “Sal del Silencioso Cielo”, “Escucha la Llamada de mi Alma”, “En el Templo del Silencio” y “Tú Eres mi Vida”.

   Como prefacio al libro de cantos relaté mi primera excepcional experiencia sobre la receptividad de los occidentales a los pintorescos aires devotos de Oriente. La ocasión había sido una conferencia pública; el momento, el 18 de Abril de 1926; el lugar, Carnegie Hall, en Nueva York.

   “Señor Hunsicker”, había confiado a un estudiante americano, “estoy pensando en pedir a la audiencia que cante un antiguo canto hindú, ‘¡Oh, Dios Hermoso!’”.

   “Señor”, objetó el Señor Hunsicker, “estas canciones orientales son extrañas a la comprensión americana. ¡Qué lástima si la conferencia se echara a perder con un comentario de tomates podridos!”.

   Me reí, sin estar de acuerdo. “La música es un lenguaje universal. Los americanos no dejarán de sentir la aspiración del alma que encierra este elevado canto”2.

   Durante la conferencia el Señor Hunsicker se había sentado en el estrado detrás de mí, probablemente temiendo por mi seguridad. Sus dudas eran infundadas; no sólo estuvieron ausentes los indeseados vegetales, sino que durante una hora y veinticinco minutos los compases de “¡Oh, Dios Hermoso!” salieron ininterrumpidamente de tres mil gargantas. ¡Ya no indiferentes, queridos neoyorquinos; vuestros corazones se han elevado en un sencillo himno de alegría! Aquella tarde se produjeron curaciones divinas entre los devotos que cantaban amorosamente el bendito nombre del Señor.

   La vida retirada de juglar literario no fue mi papel durante mucho tiempo. Pronto me vi dividido cada quince días entre Los Ángeles y Encinitas. Servicios dominicales, clases, conferencias ante asociaciones y universidades, entrevistas con estudiantes, incesantes ríos de correspondencia, artículos para Est-West, la dirección de las actividades en la India y en numerosos centros pequeños en ciudades americanas. Dediqué mucho tiempo también a preparar las enseñanzas de Kriya y otras enseñanzas de Self-Realization Fellowship en series de estudio para buscadores de yoga distantes, cuyo celo no conocía la limitación del espacio.

   En 1938 tuvo lugar la feliz consagración de la Iglesia de Autorrealización de Todas las Religiones en Washington D.C. Erigida en medio de unos terrenos ajardinados, la magnífica iglesia está situada en una parte de la ciudad llamada acertadamente “Las Cimas de la Amistad” (“Friendship Heights”). En 1928 llamé a Swami Premananda, educado en la escuela de Ranchi y la Universidad de Calcuta, para asumir el liderazgo del centro de Self-Realization Fellowship en Washington.

   “Premananda”, le dije durante una visita a su nuevo templo, “esta sede del Este es un monumento en piedra a tu incansable devoción. Aquí, en la capital de la nación, has enarbolado los elevados ideales de Lahiri Mahasaya”.

   Desde Washington, Premananda me acompañó a una breve visita al centro de Self-Realization Fellowship en Boston. ¡Qué alegría volver a ver al grupo de Kriya Yoga que se había mantenido constante desde 1920! El líder en Boston, Dr. M. W. Lewis, nos alojó a mi acompañante y a mí en una moderna suite artísticamente decorada.

   “Señor”, me dijo el Dr. Lewis sonriendo, “durante sus primeros años en Amércia vivió usted en esta ciudad en una habitación de una cama, sin baño. ¡Deseaba que supiera usted que Boston tiene algunos aposentos de lujo!”.

   Las sombras de la matanza que se acercaba se alargaban sobre el mundo; los oídos sensibles podían escuchar ya los espantosos tambores de guerra. En las entrevistas que mantuve con miles de personas en California y a través de la correspondencia internacional, veía que los hombres y las mujeres habían comenzado una profunda búsqueda en sus corazones; la trágica inseguridad externa había puesto de manifiesto la necesidad del Anclaje Eterno.

   “Hemos aprendido realmente el valor de la meditación”, escribía el líder del centro de Self-Realization Fellowship en Londres en 1941, “y sabemos que nada puede perturbar nuestra paz interior. En las reuniones de las últimas semanas hemos oído las alarmas antiaéreas y la explosión de bombas de acción retardada, pero nuestros estudiantes permanecieron juntos y disfrutaron plenamente del bello servicio”.

   Me llegó otra carta desde la Inglaterra devastada por la guerra justo antes de que Estados Unidos entrara en el conflicto. En nobles palabras conmovedoras, el Dr. L. Cranmer Byng, renombrado editor de The Wisdom of the East Series, escribía:

   “Cuando leí East-West comprendí qué alejados parecíamos estar, como si viviéramos en dos mundos distintos. Desde Los Ángeles me llegaba belleza, orden, calma y paz como una embarcación que entrara cargada de las bendiciones y comodidades del Santo Grial en el puerto de una ciudad asediada.

   “Veo como en un sueño su arboleda de palmeras y el templo de Encinitas con sus vistas al océano y la montaña y por encima de todo su fraternidad de hombres y mujeres con disposición espiritual, una comunidad comprendida como unidad, absorta en el trabajo creativo y la contemplación reparadora. Ése es el mundo tal como yo lo veo también y para construirlo esperaba aportar mi pequeña parte y ahora…

   “Quizá este cuerpo no llegue jamás a sus doradas orillas ni a rendir culto en su templo. Pero es algo, es mucho, haber visto y sabido que en medio de la guerra todavía la paz permanece en sus puertos y entre sus colinas. Saludos a toda la Hermandad de un soldado raso que escribe desde la torre de vigía esperando el amanecer”.

   Los años de guerra trajeron el despertar espiritual en hombres que hasta entonces no habían incluido nunca entre sus distracciones el estudio del Nuevo Testamento. ¡Una dulce destilación de las amargas hierbas de la guerra! Para satisfacer las crecientes necesidades, en 1942 se construyó una pequeña e inspiradora Iglesia de Autorrealización de Todas las Religiones en Hollywood. El lugar se abre frente a Olive Hill y el Planetario de Los Ángeles a lo lejos. La iglesia, rematada en azul, blanco y dorado, se refleja entre jacintos en el agua de un gran estanque. Los jardines se ven alegrados por las flores, algunos sorprendidos ciervos de piedra, una pérgola con vidrieras de colores y un pintoresco pozo de los deseos. ¡Junto con las monedas y los caleidoscópicos deseos del hombre se han arrojado a él muchas aspiraciones puras al tesoro único del Espíritu! Una benevolencia universal fluye desde pequeñas hornacinas con las estatuas de Lahiri Mahasaya y Sri Yukteswar, así como las de Krishna, Buda, Confucio, San Francisco y una bella reproducción en nácar de La Última Cena.

   En 1943 se fundó otra Iglesia de Auto Realización de Todas las Religiones en San Diego. El apacible templo se levanta en la cima de un empinado valle de eucaliptos, con vistas a la centelleante Bahía de San Diego.

   Sentado una tarde en este sereno refugio, mi corazón se desbordó en una canción. Bajo mis dedos estaban los dulces tonos del órgano de la iglesia, en mis labios el anhelo de un antiguo devoto bengalí que buscaba consuelo eterno:

   En este mundo, Madre, nadie puede amarme;
   En este mundo no se conoce el amor divino.
   ¿Dónde hay tierno y puro amor?
   ¿Dónde está realmente Tu ternura?
   Allí ansía estar mi corazón.

   En la capilla me acompañaba el Dr. Lloyd Kennell, el líder del centro de San Diego, que sonreía un poco ante la letra de la canción.

   “Dígame con franqueza, Paramhansaji, ¿ha merecido la pena?”. Me miraba con honesta sinceridad. Comprendí su lacónica pregunta: “¿Ha sido usted feliz en América? ¿Qué pasa con las desilusiones, los pesares, los líderes de centros que no son capaces de dirigir, los estudiantes que no pueden ser enseñados?”.

   “Doctor, ¡bendito es el hombre a quien el Señor pone a prueba! ¡De vez en cuando se ha acordado de echarme un peso encima!”. Pensé entonces en todos los que tienen fe, en el amor y la devoción, en la comprensión que reside en el corazón de América. Con lento énfasis continué, “Pero mi respuesta es: ¡Sí, mil veces sí! ¡Ha merecido la pena; ha sido una inspiración constante, más de lo que hubiera soñado, ver a Oriente y Occidente acercarse en un único lazo final, el espiritual!”.

   Añadí silenciosamente una oración: “Que Babaji y Sri Yukteswarji sientan que he hecho mi parte, que no he defraudado las grandes esperanzas que pusieron en mí”.

   Me volví de nuevo al órgano; esta vez mi canción estaba teñida de valor marcial:

   La rueda del molino del Tiempo echa a perder
   Muchas vidas de lunas y estrellas
   Y muchas mañanas de alegre sonrisa,
   ¡Pero mi alma sigue adelante!
   Oscuridad, muerte y fracaso compiten encarnizadamente
   Por obstaculizar mi sendero,
   Mi combate con la celosa Naturaleza es fuerte,
   ¡Pero mi alma sigue adelante!

   La semana de Año Nuevo de 1945 me encontró trabajando en mi estudio de Encinitas, revisando el manuscrito de este libro.

   “Paramhansaji, por favor, salga al aire libre”. El Dr. Lewis, que había venido desde Boston a visitarnos, me sonreía suplicante desde el otro lado de la ventana. Pronto paseábamos a la luz del sol. Mi acompañante señaló las nuevas torres en construcción que bordeaban los terrenos de Fellowship junto a la autopista de la costa.

   “Señor, veo muchas mejoras aquí desde mi última visita”. El Dr. Lewis viaja dos veces al año desde Boston a Encinitas.

   “Sí, doctor, un proyecto que he planeado largamente está comenzando a tomar forma definitiva. En estos bellos terrenos he empezado una colonia mundial en miniatura. ¡La fraternidad es un ideal que se comprende mejor con el ejemplo que con el precepto! Un pequeño grupo armonioso viviendo aquí puede inspirar otras comunidades ideales en la tierra”.

   “¡Una idea magnífica, señor! ¡Sin duda la colonia tendrá éxito si cada uno hace sinceramente su parte!”.

   “‘Mundial’ es un término amplio, pero el hombre debe extender su lealtad considerándose a sí mismo ciudadano del mundo”, continué. “A una persona que siente realmente; ‘El mundo es mi hogar; es mi América, mi India, mi Filipinas, mi Inglaterra, mi África’, no le faltarán jamás oportunidades para tener una vida útil y feliz. Su natural orgullo local conocerá una expansión sin límites; estará en contacto con corrientes creativas universales”.

   El Dr. Lewis y yo nos detuvimos por encima del estanque de loto de la ermita. Bajo nosotros se extendía el ilimitado Pacífico.

   “Estas mismas aguas rompen por igual en las costas de Oriente y Occidente, en California y China”. Mi acompañante arrojó una piedra al primero de los setenta y cinco millones de kilómetros cuadrados de océano. “Encinitas es un lugar simbólico para una colonia mundial”.

   “Es cierto, doctor. Aquí organizaremos muchas conferencias y Congresos de Religión, invitando a delegados de todos los países. Las banderas de todas las naciones ondearán en nuestras salas. Se construirán diminutos templos en estos terrenos, dedicados a las principales religiones del mundo.

   “Tan pronto como sea posible”, proseguí, “proyecto abrir aquí un Instituto de Yoga. El bendito papel del Kriya Yoga en Occidente no ha hecho más que empezar. ¡Que todos los hombres lleguen a conocer que existe una técnica clara, científica, de autorrealización para superar las miserias humanas!”.

   Muy entrada la noche, mi querido amigo, el primer Kriya Yogui de América, analizaba conmigo la necesidad de colonias mundiales cimentadas en unas bases espirituales. Los males atribuidos a una abstracción antropomórfica llamada “sociedad” deben presentarse de una forma más realista como pertenecientes al hombre. La utopía debe brotar en el seno privado para florecer como una virtud cívica. El ser humano es un alma, no una institución; sólo sus reformas interiores pueden dar permanencia a las exteriores. Subrayando los valores espirituales, la autorrealización, una colonia que dé ejemplo de fraternidad mundial está destinada a enviar vibraciones de inspiración mucho más allá de su propio escenario.

   ¡El 15 de Agosto de 1945 se terminó la II Guerra Mundial! Fin de un mundo; ¡amanecer de una enigmática Era Atómica! Los residentes en la ermita se reunieron en la sala principal para una oración de gracias. “¡Padre Celestial, que no vuelva a suceder nunca más! ¡A partir de hoy Tus hijos caminan como hermanos!”.

   Se había terminado la tensión de los años de la guerra; nuestros espíritus se abrían al sol de la paz. Observé feliz a cada uno de mis compañeros americanos.

   “Señor”, pensé agradecido, “¡Tú has dado a este monje una gran familia!”.

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1 Una pequeña ciudad en la Coast Highway 101, Encinitas está situada a 150 Km. de Los Ángeles y 40 Km. al Norte de San Diego. Volver

2 Traduzco aquí la letra de la canción de Guru Nanak:

   ¡Oh Dios hermoso! ¡Oh Dios hermoso!
   En el bosque eres verde,
   En la montaña eres altura,
   En el río eres inquieto
   En el mar Tú eres profundo.
   Para quien sirve eres servicio,
   Para quien ama eres amor,
   Para quien sufre eres consuelo,
   Para el yogui eres el gozo.
   ¡Oh Dios hermoso! ¡Oh Dios hermoso!
   ¡A Tus pies yo me inclino! Volver

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