Capítulo 38

Lutero Burbank, un Santo entre las Rosas

   “El secreto para mejorar la reproducción de las plantas, además del conocimiento científico, es amor”. Lutero Burbank se expresó de esta sabia forma mientras caminaba junto a él por su jardín de Santa Rosa. Nos detuvimos junto a un arriate de cactus comestibles.

   “Mientras hacía experimentos para conseguir cactus ‘sin espinas’”, continuó, “hablaba a menudo a las plantas para crear una vibración de amor. ‘No tienes nada que temer’, les decía. ‘No necesitas espinas defensivas. Yo te protegeré’. Poco a poco, la útil planta del desierto surgió como una variedad sin espinas’.

   Yo estaba encantado con este milagro. “Por favor, querido Lutero, déme algunas hojas de cactus para plantar en mi jardín de Mount Washington”.

   Un trabajador que estaba cerca comenzó a arrancar unas hojas, Burbank se lo impidió.

“Yo mismo las arrancaré para el swami”. Me tendió tres hojas, que después planté, alegrándome cuando crecieron hasta hacerse enormes.

   El gran horticultor me dijo que su primer triunfo notable fue la patata grande, que ahora lleva su nombre. Con la perseverancia del genio, continuó presentando al mundo cientos de cruces que mejoran la naturaleza, sus nuevas variedades Burbank de tomate, maíz, calabaza, cerezas, ciruelas, nectarinas, bayas, amapolas, lilas, rosas.

   Enfoqué mi cámara cuando Lutero me condujo ante el famoso nogal con el que había probado que la evolución natural puede ser acelerada telescópicamente.

   “En sólo dieciséis años”, dijo, “este nogal alcanzó un estado de abundante producción, la naturaleza, sin ayuda, tardaría en conseguirlo el doble de tiempo.

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   La hija pequeña de Burbank, una niña adoptada, entró en el jardín corriendo alegremente con su perro.

   “Ella es mi planta humana”. Lutero la señaló con cariño. “Ahora veo a la humanidad como una vasta planta, que para su mayores conquistas sólo necesita amor, las bendiciones naturales del maravilloso aire libre y un cruce y selección inteligentes. En el espacio de mi vida he observado progresos tan extraordinarios en la evolución de las plantas, que pienso con optimismo que el mundo será sano y feliz tan pronto como a sus hijos se les enseñen los principios de una vida sencilla y racional. Debemos volver a la naturaleza y al Dios de la naturaleza”.

   “Lutero, a usted le encantaría mi escuela de Ranchi, con las clases al aire libre y su atmósfera de alegría y simplicidad”.

   Mis palabras tocaron la cuerda sensible del corazón de Burbank, la educación infantil. Me acosó a preguntas, mientras sus ojos profundos, serenos, relucían de interés.

   “Swamiji”, dijo por último, “escuelas como la suya son la única esperanza para el futuro milenio. Yo me sublevo contra los sistemas educativos de nuestro tiempo, apartados de la naturaleza y que sofocan todo individualismo. Estoy totalmente con usted en sus ideales prácticos sobre educación.

   Cuando me despedía del amable sabio, firmó un pequeño volumen y me lo presentó1.

   “Éste es mi libro sobre The Training of the Human Plant” (El Cuidado de la Planta Humana)2, dijo. “Se necesitan nuevas formas de preparación, experimentos audaces. A veces las pruebas más atrevidas han conseguido las mejores frutas y flores. Las innovaciones para los niños deberían igualmente hacerse más numerosas, más valientes”.

   Aquella noche leí su librito con enorme interés. Su mirada vislumbraba un futuro glorioso para el género humano. Escribía: “Lo más pertinaz de este mundo, lo más difícil de hacer cambiar de dirección, es una planta que se ha establecido en determinados hábitos… Hay que recordar que esta planta ha preservado su individualidad a lo largo del tiempo; quizá se trata de una planta que ha vivido durante eones de años en las rocas, sin haber experimentado ningún cambio destacable a lo largo de vastos periodos de tiempo. ¿Crees que, después de todas estas generaciones de repetición, la planta no ha llegado a desarrollar una voluntad, si quieres llamarlo así, de tenacidad sin paralelo? De hecho existen plantas, como ciertas palmeras, tan constantes, que de momento ningún poder humano ha sido capaz de cambiarlas. La voluntad humana es débil frente a la voluntad de una planta. Pero observa cómo toda la testarudez que la planta ha mantenido a lo largo de su vida, se vence simplemente combinando una nueva vida con la suya, haciendo, a través del cruce, un cambio total y poderoso en su vida. Cuando se produzca la ruptura, fíjala por medio de generaciones de paciente supervisión y selección, y la nueva planta se pondrá en marcha por su nuevo camino para no regresar jamás al anterior, rota y modificada al fin su tenacidad.

   “Cuando esto sucede con algo tan sensible y moldeable como la naturaleza de un niño, el problema es mucho más sencillo”.

   Atraído magnéticamente hacia este gran americano, le visité repetidamente. Una mañana llegué al mismo tiempo que el cartero, quien dejó en el estudio de Burbank alrededor de mil cartas. Los horticultores le escribían desde todos los rincones del mundo.

   “Swamiji, su presencia es justamente la excusa que necesito para salir al jardín”, dijo Lutero alegremente. Abrió un gran cajón del escritorio que contenía cientos de folletos de viaje.

   “Mire”, dijo, “así es como viajo. Atado por mis plantas y la correspondencia, satisfago mi deseo de países lejanos ojeando de vez en cuando estas fotografías”.

   Mi coche estaba aparcado delante de la verja; Lutero y yo dimos un paseo en coche por las calles de la pequeña ciudad, cuyos jardines resplandecen con sus variedades de rosas Santa Rosa, Peachblow y Burbank.

   “Mi amigo Herny Ford y yo creemos en la antigua teoría de la reencarnación”, me dijo Lutero. “Arroja luz sobre aspectos de la vida que de otro modo son inexplicables. La memoria no es una prueba de la verdad; el que el hombre no recuerde sus vidas pasadas no demuestra que nunca las haya tenido. También la memoria está en blanco respecto a su vida intrauterina y su primera infancia; ¡pero probablemente pasó por ellas!”. Se rió de buena gana.

   El gran científico recibió la iniciación en Kriya durante una de mis primeras visitas. “Practico la técnica con devoción, Swamiji”, dijo. Tras hacerme muchas preguntas serias sobre distintos aspectos del yoga, Lutero señaló despacio:

   “Desde luego Oriente posee tesoros de conocimiento que Occidente está sólo comenzando a explorar”.

   La íntima comunión con la naturaleza, que desveló para él muchos de sus secretos celosamente guardados, había dado a Burbank una reverencia espiritual sin límites.

   “A veces me siento muy cerca del Poder Infinito”, me confió con timidez. Su delicado y bellamente modelado rostro se iluminó con sus recuerdos. “En esos momentos he sido capaz de curar a personas cercanas y a muchas plantas enfermas”.

   Me habló de su madre, una cristiana sincera. “Después de su muerte he sido bendecido muchas veces con visiones suyas; me ha hablado”.

   Regresamos a regañadientes a su casa y los miles de cartas que le esperaban.

   “Lutero”, comenté, “el próximo mes voy a lanzar una revista para presentar las verdades que ofrecen Oriente y Occidente. Por favor, ayúdeme a elegir un nombre adecuado para la publicación”.

   Discutimos algunos títulos durante un momento y finalmente nos decidimos por East-West. Cuando entramos en su estudio, Burbank me ofreció un artículo que había escrito en “Science and Civilization”.

   “Aparecerá en el primer número de East-West”, dije agradecido.

   Cuando nuestra amistad se hizo más profunda, llamaba a Burbank mi “Santo americano”. “¡Contemplad a un hombre en quien no existe malicia!”, decía. Su corazón era insondablemente profundo, largamente familiarizado con la humildad, la paciencia, el sacrificio. Su casita entre las rosas era austeramente simple; conocía la inutilidad del lujo, la dicha de poseer pocas cosas. La modestia con la que llevaba su fama científica me hacía pensar continuamente en los árboles que se doblan con el peso de la fruta madura; es el árbol estéril el que levanta la cabeza con vacuo orgullo.

   Estaba en Nueva York, en 1926, cuando mi querido amigo falleció. Pensé, llorando, “¡Ah, de buena gana caminaría desde aquí hasta Santa Rosa por verle una vez más!”. Apartándome de secretarios y visitantes, pasé las veinticuatro horas siguientes en retiro.

   Al día siguiente realicé una ceremonia védica conmemorativa ante una gran fotografía de Lutero. Un grupo de estudiantes americanos, vestidos con las ropas de ceremonia hindúes, cantaron los antiguos himnos mientras se hacía una ofrenda de flores, agua y fuego, símbolos de los elementos del cuerpo y su liberación en la Fuente Infinita.

   Aunque el cuerpo de Burbank yace en Santa Rosa, bajo un cedro del Líbano que plantó años atrás en su jardín, para mí su alma está encerrada en cada inocente flor que se abre al borde del camino. Retirado durante un tiempo en el espacioso espíritu de la naturaleza, ¿no es Lutero quien susurra en el viento, acompañando sus amaneceres?

   Su nombre ha pasado al patrimonio del lenguaje corriente. Incluyendo “burbank” como verbo transitivo, el Webster’s New International Dictionary lo define así; “Cruzar o injertar (una planta). Por extensión, figuradamente, mejorar (cualquier cosa, como un proceso o una institución) seleccionando las características buenas y rechazando las malas o añadiendo buenas características”.

   “Querido Burbank”, lloré tras leer la definición, “¡su nombre es ahora sinónimo de bondad!”.

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1 Burbank también me dio una foto suya firmada. La atesoro como un comerciante hindú atesoró una vez un retrato de Lincoln. El hindú, que estuvo en América durante los años de la Guerra Civil, sentía tal admiración por Lincoln, que no estaba dispuesto a volver a la India sin un retrato del Gran Emancipador. Situándose impertérrito a la puerta de Lincoln, el comerciante rehusó irse hasta que el asombrado Presidente le permitiera aceptar los servicios de Daniel Huntington, el famoso artista de Nueva York. Cuando el retrato estuvo terminado, el hindú lo llevó triunfalmente a Calcuta. Volver

2 Nueva York. Century Co., 1922. Volver

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