Capítulo 27

La Fundación de una Escuela de Yoga en Ranchi

   “¿Por qué eres contrario al trabajo de las organizaciones?”.
La pregunta del Maestro me sobresaltó un poco. Es cierto que en aquella época estaba íntimamente convencido de que las organizaciones eran un “avispero”.

   “Es una tarea ingrata, señor”, respondí. “Sin importar lo que el líder haga o deje de hacer, se le critica”.

   “¿Quieres todo el channa (leche cuajada) divino para ti solo?”. La réplica de mi gurú iba acompañada de una severa mirada. “¿Podrías tú, o cualquier otro, alcanzar el contacto con Dios a través del yoga, si una línea de maestros desinteresados no hubiera estado dispuesta a transmitir su conocimiento a los demás?”. Añadió, “Dios es la Miel, las organizaciones son las colmenas; ambas son necesarias. Por supuesto ninguna forma es útil sin el esp íritu, pero ¿por qué no comenzar una activa colmena llena de néctar espiritual?”.

   Su consejo me causó una impresión profunda. Aunque exteriormente no di ninguna respuesta, una firme resolución surgió en mi pecho: compartiría con mis semejantes, en la medida de mis posibilidades, las liberadoras verdades que había aprendido a los pies de mi gurú. “Señor”, oré, “que Tu Amor brille siempre en el santuario de mi devoción y que sea capaz de despertar ese Amor en otros corazones”.

   En una ocasión anterior, antes de que yo ingresara en la orden monástica, Sri Yukteswar había hecho el comentario más inesperado.

   “¡Cómo echarás de menos la compañía de una esposa cuando seas viejo!”, había dicho. “¿No estás de acuerdo conmigo en que el hombre de familia, ocupado en un trabajo útil para mantener a su esposa y sus hijos, juega así un papel grato a los ojos de Dios?”.

   “Señor”, protesté alarmado, “usted sabe que mi deseo en esta vida es esposar únicamente al Amado Cósmico”.

   El Maestro se rió con tal regocijo, que comprendí que había hecho su observación simplemente para probar mi fe.

   “Recuerda”, dijo despacio, “que quien descarta sus quehaceres mundanos sólo puede justificarse asumiendo algún tipo de responsabilidad hacia una familia mucho mayor”.

   El ideal de una educación integral para los jóvenes había sido siempre caro a mi corazón. Veía claramente los estériles resultados de la instrucción ordinaria, dirigida únicamente al desarrollo del cuerpo y el intelecto. Los valores morales y espirituales, sin los cuales ningún hombre puede acercarse a la felicidad, estaban sin embargo ausentes del currículo oficial. Decidí fundar una escuela donde los niños pudieran desarrollarse hasta alcanzar la estatura de adultos plenos. Di mi primer paso en esa dirección en Dihika, un pueblecito de Bengala, con siete chicos.

   Un año después, en 1918, gracias a la generosidad de Sir Manindra Chandra Nundy, el Marajá de Kasimbazar, pude trasladar mi grupo, que crecía rápidamente, a Ranchi. Esta ciudad de Bihar, a unos doscientos cincuenta kilómetros de Calcuta, está bendecida con uno de los climas más sanos de la India. El Palacio Kasimbazar de Ranchi se transformó en la sede de la nueva escuela, que llamé Brahmacharya Vidyalaya1 siguiendo los ideales educativos de los rishis. Los ashrams de los bosques habían sido antiguamente los lugares de aprendizaje, profano y divino, de los jóvenes de la India.

   En Ranchi organicé un programa educativo tanto para el grado elemental como para la enseñanza secundaria. Incluía agricultura, industria, comercio y asignaturas oficiales. A los estudiantes se les enseñaba también concentración y meditación yoga y un sistema especial de desarrollo físico, “Yogoda”, cuyos principios había descubierto en 1916.

 

   Comprendiendo que el cuerpo del hombre es como una batería eléctrica, concluí que podría recargarse de energía directamente por medio de la voluntad. Ya que ninguna acción, grande o pequeña, es posible sin voluntad, el hombre puede aprovechar su motor primario, la voluntad, para renovar los tejidos corporales sin aparatos onerosos ni ejercicios mecánicos. Así pues enseñé a los estudiantes de Ranchi mis sencillas técnicas “Yogoda” gracias a las cuales la fuerza vital, centrada en el bulbo raquídeo, puede recargarse consciente e instantáneamente a partir del ilimitado suministro de la energía cósmica.

   Los niños respondieron maravillosamente a esta preparación, desarrollando una extraordinaria capacidad para transferir la energía de una parte del cuerpo a otra y para colocarse, en perfecto equilibrio, en posturas difíciles2. Realizaban proezas de fuerza y resistencia que muchos fornidos adultos no podrían igualar. Mi hermano más joven, Bishnu Charan Ghosh, ingresó en la escuela de Ranchi; más tarde llegó a destacar en el campo de la cultura física en Bengala. Él y uno de sus alumnos, viajaron por Europa y América haciendo exhibiciones de fuerza y habilidad que asombraban a los profesores universitarios, entre ellos los de la Columbia University de Nueva York.

   Al finalizar el primer año de Ranchi, las solicitudes de admisión llegaban a las dos mil. Pero la escuela, que en aquel momento era sólo internado, no podía acoger más que a cien. Pronto se añadió la enseñanza para alumnos externos.

   En la Vidyalaya yo tenía que hacer el papel de padre-madre de los niños pequeños y hacer frente a muchas dificultades organizativas. Con frecuencia recordaba las palabras de Cristo: “En verdad os digo, no hay hombre que haya dejado casa, hermanos o hermanas, padre, madre, esposa, hijos o tierras, por mí y por el evangelio, que no reciba en esta vida centuplicados casa y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecución, y en el mundo por venir, vida eterna3. Sri Yukteswar había interpretado así estas palabras: “El devoto que renuncia a las experiencias de la vida del matrimonio y la familia y cambia los problemas de un hombre de familia y sus limitadas actividades por las amplias responsabilidades del servicio a la sociedad en general, está emprendiendo una tarea que a menudo viene acompañada de persecución por parte de un mundo que no le comprende, pero también de un divino contentamiento interior”.

   Un día mi padre llegó a Ranchi para dar su bendición paternal, largo tiempo pospuesta porque yo le había herido rechazando su oferta de un puesto en el Ferrocarril Bengal-Nagpur.

   “Hijo”, dijo, “ahora acepto tu elección. Me alegra verte entre estos jóvenes felices y entusiastas; tu sitio está aquí, no entre las cifras sin vida de los horarios de tren”. Hizo un gesto con la mano dirigido a una docena de pequeños que andaban pegados a mis talones. “Yo sólo tuve ocho hijos”, observó con los ojos brillantes, “¡pero comprendo lo que sientes!”.

   Con una gran y fértil finca de frutales de una hectárea a nuestra disposición, los alumnos, los profesores y yo mismo, disfrutamos muchas horas felices de trabajo al aire libre en estos escenarios ideales. Teníamos muchos animales domésticos, incluyendo a un ciervo joven que era realmente idolatrado por los niños. Yo también amaba tanto al cervatillo que le permitía dormir en mi habitación. Al amanecer, la pequeña criatura se subía torpemente a mi cama para las caricias matinales.

   Un día di de comer al animalito antes de lo acostumbrado, tenía que hacer algunos recados en la ciudad de Ranchi. Aunque advertí a los chicos que no dieran de comer al cervatillo hasta mi vuelta, uno de ellos desobedeció y le suministró una gran cantidad de leche. Cuando regresé por la tarde me esperaban tristes noticias: “El cervatillo está muriéndose por sobrealimentación”.

   Llorando, puse al animalito, en apariencia sin vida, en mi regazo. Oré fervientemente a Dios para que le perdonara la vida. Horas después, la pequeña criatura abrió los ojos, se puso en pie y caminó sin fuerzas. Toda la escuela gritó de alegría.

   Pero por la noche recibí una profunda lección que no olvidaré jamás. Estuve con el pequeño ciervo hasta las dos, hora en que me quedé dormido. El cervatillo se me apareció en sueños y me dijo:

   “Estás reteniéndome. Por favor, déjame marchar; ¡déjame marchar!”.

   “De acuerdo”, respondí en sueños.

   Inmediatamente me desperté y grité, “¡Chicos, el ciervo se muere!”. Los niños vinieron rápidamente a mi lado.

   Fui corriendo a la esquina de la habitación donde había dejado al animalito. Hizo un último esfuerzo por levantarse, avanzó hacia mí tropezando y cayó a mis pies, muerto.

   Siguiendo el karma de masa que guía y regula el destino de los animales, la vida del ciervo se había agotado y estaba listo para progresar hacia una forma más elevada. Pero mi profundo apego, que más tarde comprendí que era egoísta, y mis fervientes oraciones, habían conseguido mantenerlo en las limitaciones de la forma animal, de las que el alma luchaba por liberarse. El alma del ciervo hizo su súplica en sueños porque, sin mi amoroso permiso, no quería ni podía irse. Tan pronto como lo consentí, se fue.

   Toda pena me dejó; comprendí una vez más que Dios quiere que Sus hijos amen todo como parte Suya y no crean engañosamente que con la muerte se acaba todo. El hombre ignorante sólo ve los muros infranqueables de la muerte que ocultan, aparentemente para siempre, a sus amigos queridos. Pero el hombre que no tiene apego, que ama a los demás como expresiones del Señor, comprende que al morir los seres queridos sólo vuelven a tomar un respiro de alegría en Él.

   La escuela de Ranchi pasó de sus reducidos y sencillos comienzos, a convertirse en una institución actualmente bien conocida en la India. Muchos departamentos de la escuela son sostenidos gracias a las contribuciones voluntarias de quienes se alegran de perpetuar los ideales educativos de los rishis. Bajo el nombre general de Yogoda Sat-Sanga4, se han establecido florecientes filiales de la escuela en Midnapore, Lakshmanpur y Puri.

   La sede central de Ranchi posee un Departamento Médico donde se suministran medicinas y servicios médicos gratuitamente a los pobres de la localidad. La media de personas atendidas es de 18.000 al año. La Vidyalaya ha destacado también en competiciones deportivas de la India y en el campo académico, muchos alumnos de Ranchi se han distinguido en la vida universitaria posterior.

   La escuela, que tiene ahora5 veintiocho años y es centro de muchas actividades, ha tenido el honor de ser visitada por destacadas personalidades, tanto de Oriente como de Occidente. Una de las primeras grandes figuras que pasó revista a la Vidyalaya, en su primer año de existencia, fue Swami Pranabananda, el “santo con dos cuerpos” de Benarés. Cuando el gran maestro vio las pintorescas clases al aire libre, bajo los árboles, y por la tarde observó que los jovencitos se sentaban inmóviles durante horas de meditación yoga, se emocionó profundamente.

   “Mi corazón se llena de alegría”, dijo, “al ver que en esta institución se siguen los ideales de Lahiri Mahasaya sobre una instrucción adecuada para los jóvenes. Las bendiciones de mi gurú están con ella”.

   Un jovencito sentado a mi lado se aventuró a hacer una pregunta al gran yogui.

   “Señor”, dijo, “¿seré monje? ¿Está mi vida destinada sólo a Dios?”.

   Aunque Swami Pranabananda sonrió amablemente, sus ojos penetraron el futuro.

   “Hijo”, respondió, “cuando crezcas habrá una bella novia esperándote”. De hecho el chico se casó, después de haber planeado durante años ingresar en la Orden Swami.

   Algún tiempo después de la visita de Swami Pranabananda a Ranchi, acompañé a mi padre a su casa de Calcuta, donde el yogui estaba pasando una temporada. La predicción que Pranabananda me había hecho tantos años atrás, asaltó mi mente: “Te veré más tarde, con tu padre”.

   Cuando mi padre entró en la habitación del swami, el gran yogui se levantó de su asiento y abrazó a mi padre con cariñoso respeto.

   “Bhagabati”, dijo, “¿qué estás haciendo por ti? ¿No ves que tu hijo corre al Infinito?”. Me sonrojé al oírle alabarme delante de mi padre. El swami continuó, “Recuerda con cuánta frecuencia nos decía nuestro bendito gurú: ‘Banat, banat, ban jai’a href=”#_ftn6″ name=”_ftnref6″ title=”” id=”_ftnref6″>6.    Así pues practica Kriya Yoga sin cesar y alcanza pronto los portales divinos’”.

   El cuerpo de Pranabananda, tan sano y fuerte en la primera sorprendente visita que le hice en Benarés, había envejecido visiblemente, aunque lo erecto de su postura todavía era digno de admiración.

   “Swamiji”, le pregunté mirándole fijamente a los ojos, “por favor, dígame la verdad, ¿no siente el paso de los años? A medida que el cuerpo se debilita, ¿disminuyen sus percepciones de Dios?”.

   Sonrió angelicalmente. “El Amado está ahora conmigo más que nunca”. Su absoluta convicción desbordó mi mente y mi alma. Continuó, “Sigo disfrutando de dos pensiones, una de Bhagabati, que está aquí y la otra de arriba”. Señalando hacia el cielo, el santo entró en éxtasis, su rostro se iluminó con un resplandor divino, amplia respuesta a mi pregunta.

   Dándome cuenta de que en la habitación de Pranabanda había muchas plantas y paquetes de semillas, le preguntó el propósito.

   “Dejo Benarés para siempre”, dijo, “estoy de camino al Himalaya. Allí abriré un ashram para mis discípulos. Estas semillas producirán espinacas y algunas otras hortalizas. Mis amados vivirán sencillamente, pasando su tiempo en gozosa comunión con Dios. No se necesita nada más”.

   Mi padre preguntó a su hermano discípulo cuándo volvería a Calcuta.

   “Nunca más”, respondió el santo. “Éste es el año que Lahiri Mahasaya me señaló para que dejara mi amado Benarés para siempre y fuera al Himalaya, allí me liberaré de mi cuerpo mortal”.

   Ante estas palabras mis ojos se llenaron de lágrimas, pero el swami sonreía tranquilamente. Me hacía pensar en un niñito celestial, sentado seguro en el regazo de la Madre Divina. El peso de los años no tiene efecto negativo en los supremos poderes espirituales que posee un gran yogui. Es capaz de renovar su cuerpo a voluntad; sin embargo a veces no se preocupa por retrasar el proceso de envejecimiento, sino que permite que su karma se agote en el plano físico, utilizando su viejo cuerpo como recurso para ahorrar tiempo y evitar la necesidad de agotar karma en una nueva encarnación.

   Meses más tarde encontré a un viejo amigo, Sanandan, que era uno de los discípulos cercanos a Pranabananda.

   “Mi adorado gurú se ha ido”, me dijo entre sollozos. “Fundó una ermita cerca de Rishikesh y nos preparó amorosamente. Cuando ya estábamos bastante bien establecidos y hacíamos rápidos progresos espirituales en su compañía, un día propuso dar de comer a una inmensa multitud de Rishikesh. Le pregunté por qué quería tal cantidad de personas.

   “‘Es mi última celebración’, dijo. Yo no comprendí todo lo que significaban sus palabras.

   “Pranabanandaji ayudó a cocinar grandes cantidades de comida. Dimos de comer a unos 2.000 invitados. Después del banquete se sentó en una plataforma elevada y nos dirigió un inspirado sermón sobre el Infinito. Al terminar, ante la mirada de miles de personas, se volvió hacia mí, que estaba sentado a su lado en el estrado y habló con una fuerza extraordinaria.

   “‘Sanandan, prepárate; voy a dar a este cuerpo un puntapié’7.

   “Tras quedar un momento en silencio, aturdido, grité, ‘¡Maestro, no lo haga! ¡Por favor, no lo haga!’. La multitud estaba muda, observándonos con curiosidad. Mi gurú me sonreía, pero su solemne mirada ya estaba fija en la Eternidad.

   “‘No seas egoísta’, dijo, ‘ni te aflijas por mí. Os he servido con alegría durante mucho tiempo; ahora regocíjate y deséame buena suerte. Voy al encuentro del Amado Cósmico’. Susurrando, Pranabanandaji añadió, ‘Renaceré pronto. Después de disfrutar durante un corto periodo de la Dicha Infinita, regresaré a la tierra y me uniré a Babaji8. Pronto sabrás cuándo y dónde ha revestido mi alma un nuevo cuerpo’.

   “Gritó de nuevo, ‘Sanandan, doy a este cuerpo un puntapié gracias al segundo Kriya Yoga9.

   “Miró al mar de rostros que estaba frente a nosotros y dio su bendición. Dirigiendo interiormente su mirada al ojo espiritual, quedó inmóvil. Mientras la multitud perpleja creía que estaba meditando en estado de éxtasis, ya había dejado el tabernáculo de carne y había sumergido su alma en la inmensidad cósmica. Los discípulos tocaron su cuerpo, sentado en la postura de loto, pero la carne ya no estaba caliente. Sólo quedaba un cuerpo rígido; el inquilino había huido a la ribera de la inmortalidad”.

   Pregunté dónde había renacido Pranabananda.

   “Es un secreto que no puedo revelar a nadie”, respondió Sanandan. “Quizá puedas descubrirlo por otro medio”.

   Años más tarde supe por medio de Swami Keshabananda10, que Pranabananda, pocos años después de nacer en un nuevo cuerpo, se fue a Badrinarayan, en el Himalaya y se unió al grupo de santos que rodean al gran Babaji.

____________________________________________________________________________________

1 Vidyalaya, escuela. Brhamacharya se refiere aquí a una de las cuatro etapas del plan védico para la vida del hombre, que comprende (1) el estudiante célibe (Brhamachari); (2) el padre de familia con responsabilidades mundanas (grihastha); (3) el eremita (vanaprastha); (4) el que habita o vaga por los bosques, libre de toda preocupación terrenal (sannyasi). Este esquema ideal de la vida, si bien no se observa extensamente en la India moderna, tiene todavía muchos seguidores sinceros. Las cuatro etapas se llevan a cabo religiosamente bajo la dirección de un gurú de por vida. Volver

2 Algunos estudiantes americanos también han dominado distintas posturas o asanas, entre ellos Bernard Cole, un instructor de Self-Realization Fellowship en Los Ángeles. Volver

3 Marcos 10:29-30. Volver

4 Yogoda: yoga, unión, armonía, equilibrio; da, lo que imparte. Sat-Sanga: sat, verdad; sanga, fraternidad. En Occidente, para evitar el uso de un nombre sánscrito, el movimiento Yogoda Sat-Sanga se llama Self-Realization Fellowship. Volver

5 Las actividades de Ranchi se describen más ampliamente en el capítulo 40. La escuela de Lakshmanpur está a cargo del competente Mr. G. C. Dey, B.A. El departamento médico es expertamente dirigido por los doctores S. N. Pal y Sasi Bhusan Mullick. Volver

6 Una de las observaciones favoritas de Lahiri Mahasaya para alentar a sus seguidores a ser perseverantes. Una traducción libre es: “¡Esfuérzate, esfuérzate, un día la verás! ¡la Meta Divina!”. Volver

7 I.e., abandonar el cuerpo. Volver

8 El gurú de Lahiri Mahasaya, que todavía vive. (Ver capítulo 33). Volver

9 El segundo Kriya, tal como lo enseñó Lahiri Mahasaya, permite al devoto que lo domina dejar el cuerpo y volver a él conscientemente en cualquier momento. Los yoguis avanzados utilizan la técnica del segundo Kriya en la última marcha de la muerte, momento que ellos siempre conocen de antemano. Volver

10 Mi encuentro con Keshabananda se describe en el capítulo 42. Volver

Comentarios cerrados.