Capítulo 14

Una Experiencia de Conciencia Cósmica

   “Aquí estoy Guruji”. La vergüenza hablaba elocuentemente por mí.

   “Vamos a buscar algo de comer a la cocina”. La actitud de Sri Yukteswar era natural, como si hubiéramos estado separados unas horas, no unos días.

“Maestro, debo haberle decepcionado por abandonar repentinamente mis deberes aquí; creí que estaría usted enfadado conmigo”.

“¡No, claro que no! La ira sólo surge de deseos frustrados. Yo no espero nada de los demás, así pues sus actos no pueden contrariar mis deseos. No te utilizaría para mis propios fines; sólo soy feliz con tu auténtica felicidad”.

“Señor, se oye hablar del amor divino de una forma vaga, pero ¡por primera vez he tenido un ejemplo concreto en su angélica naturaleza! En el mundo, ni siquiera un padre perdona fácilmente a su hijo si abandona los negocios familiares sin avisar. Pero usted no muestra la más ligera irritación, a pesar de los grandes inconvenientes que han debido causarle las muchas tareas que dejé sin terminar”.

Nos miramos a los ojos, donde brillaban las lágrimas. Me envolvió una ola de gozo; era consciente de que el Señor, en la forma de mi gurú, estaba expandiendo el pequeño fervor de mi corazón hasta el alcance sin límites del amor cósmico.

Algunos días más tarde por la mañana me dirigí a la sala vacía del Maestro. Proyectaba meditar, pero mi loable propósito no era compartido por mis desobedientes pensamientos. Se desbandaban como pájaros ante un cazador.

“¡Mukunda!”. La voz de Sri Yukteswar se oyó desde un balcón distante.

Sentí que mis pensamientos se rebelaban. “El maestro está siempre exhortándome a que medite”, murmuré para mí mismo. “No debería molestarme cuando sabe que he venido a su habitación”.

Me llamó de nuevo; permanecí obstinadamente silencioso. La tercera vez su tono sonó a reprimenda.

“Señor, estoy meditando”, protesté a gritos.

“¡Ya sé cómo estás meditando!” gritó mi gurú, “¡con la mente dispersa como hojas en una tormenta! Ven aquí”.

Desenmascarado y desairado, fui a su lado tristemente.

“Pobre muchacho, las montañas no pudieron darte lo que deseabas”. El Maestro hablaba cariñosamente, confortadoramente. Su tranquila mirada era insondable. “Los deseos de tu corazón deben ser satisfechos”.

Sri Yukteswar pocas veces se permitía los enigmas; yo estaba desconcertado. Golpeó levemente mi pecho por encima del corazón.

Mi cuerpo quedó inmóvil, paralizado; la respiración salió de mis pulmones como si hubiera sido atraída por un inmenso imán. La mente y el alma perdieron instantáneamente sus límites físicos y corrieron hacia fuera desde cada uno de mis poros como una fluida y penetrante luz. La carne estaba como muerta, aunque en mi penetrante conciencia sabía que jamás había estado tan vivo. El sentido de identidad ya no estaba estrechamente confinado a un cuerpo, sino que abrazaba todos los átomos circundantes. La gente de las calles distantes parecía moverse suavemente por mi propia y remota periferia. Las raíces de las plantas y de los árboles eran visibles a través de la tenue transparencia del suelo; distinguía el flujo interno de su savia.

Todo alrededor se presentaba desnudo ante mí. Mi visión frontal ordinaria se había transformado en una vasta visión esférica, que podía percibir todo a la vez. Desde la parte posterior de mi cabeza veía a los hombres que paseaban por Rai Ghat Road y vi una vaca blanca que se aproximaba despacio. Cuando llegó frente a la puerta abierta del asrham, la observé con los dos ojos físicos. Cuando pasó, continué viéndola claramente tras la tapia de ladrillo.

Todos los objetos que entraban en mi mirada panorámica temblaban y vibraban como rápidas películas. Mi cuerpo, el del Maestro, el patio de columnas, los muebles y el suelo, los árboles y la luz del sol, se agitaban un momento violentamente, hasta que todo se mezclaba en un mar luminiscente, tal como los cristales de azúcar, echados en un vaso de agua, se disuelven al ser agitados. La luz unificadora alternaba con formas materializadas; metamorfosis que ponía al descubierto la ley de causa y efecto de la creación.

Un océano de júbilo rompía en las tranquilas e infinitas orillas de mi alma. Comprendí que el Espíritu de Dios es dicha inagotable; su cuerpo está formado por innumerables tramas de luz. En mi interior oleadas de gloria comenzaron a envolver ciudades, continentes, la tierra, los sistemas solar y estelar, las tenues nebulosas y los flotantes universos. Todo el cosmos, suavemente iluminado, como una ciudad vista a lo lejos por la noche, brillaba con luz trémula en la infinitud de mi ser. El perfil global, fuertemente grabado, se desvanecía un poco en los bordes más lejanos; allí pude ver un suave resplandor que jamás disminuía. Era indescriptiblemente sutil; el cuadro planetario estaba hecho de luz más burda.

La propagación divina de rayos brota de una Fuente Eterna, resplandece en las galaxias, se transfigura en auras inefables. Una y otra vez vi los haces de luz creativa condensarse en constelaciones, después resolverse en capas de llamas transparentes. Por medio de una reversión rítmica, sextillones de mundos pasaron a brillo diáfano; el fuego se convirtió en el firmamento.

Supe que el centro del Empíreo residía en un punto de la percepción intuitiva de mi corazón. Y que el esplendor que irradiaba era emitido desde mi núcleo a cada parte de la estructura universal. La gozosa amrita, el néctar de la inmortalidad, latía en mí con la fluidez del mercurio. Oí la voz creadora de Dios resonando como Aum1, la vibración del Motor Cósmico.

De pronto la respiración volvió a mis pulmones. Con una decepción casi insoportable, comprendí que mi inmensidad infinita había desaparecido. De nuevo estaba limitado a la humillante jaula de un cuerpo, a la que el Espíritu no se acomoda fácilmente. Como un hijo pródigo, había huído de mi hogar macrocósmico y me había encarcelado en un estrecho microcosmos.

Mi gurú estaba quieto, de pie ante mí; me dejé caer a sus sagrados pies, en agradecimiento por la experiencia de conciencia cósmica que había anhelado apasionadamente durante tanto tiempo. Me levantó y habló con calma, modestamente.

“No debes emborracharte de éxtasis. Te queda mucho trabajo que hacer en este mundo. Ven; vamos a barrer el suelo del corredor; después daremos un paseo por el Ganges”.

Fui a buscar una escoba; sabía que el Maestro estaba enseñándome el secreto de una vida equilibrada. El alma debe extenderse por encima de los abismos cosmogónicos mientras el cuerpo realiza sus deberes cotidianos. Cuando más tarde salimos a dar un paseo, todavía me sentía extasiado en un rapto indecible. Veía nuestros cuerpos como dos dibujos astrales, moviéndose por el camino del río, cuya esencia era pura luz.

“Es el Espíritu de Dios el que sostiene activamente toda forma y fuerza del universo; pero Él es trascendental y se mantiene distante en el gozoso vacío increado, más allá de los mundos constituidos por fenómenos vibratorios”2, explicó el Maestro. “Los santos que alcanzan la divinidad incluso mientras están encarnados, conocen una doble existencia similar. Participando conscientemente en el trabajo terrenal, permanecen inmersos en la beatitud interior. El Señor ha creado a todos los hombres a partir del júbilo ilimitado de Su ser. Aunque están penosamente atrapadas en el cuerpo, Dios espera que las almas hechas a Su imagen se eleven finalmente por encima de la identificación con los sentidos y se reúnan con Él”.

La visión cósmica me dejó muchas lecciones imperecederas. Aquietando diariamente mis pensamientos, pude conseguir liberarme de la convicción engañosa de que mi cuerpo era una masa de carne y hueso, que pisaba el duro suelo de la materia. vi que la respiración y la mente inquietas eran como tormentas que azotaban el océano de luz, levantando olas de formas materiales –tierra, cielo, seres humanos, animales, pájaros, árboles. Sólo calmando esas tormentas puede percibirse el Infinito como Luz Única. Siempre que silenciaba los dos tumultos naturales, contemplaba las innumerables olas de la creación fundirse en un mar de luz, del mismo modo que las olas del océano, cuando amaina la tempestad, se disuelven serenamente en la unidad.

Un maestro otorga la experiencia divina de la conciencia cósmica cuando su discípulo, gracias a la meditación, ha fortalecido su mente hasta un punto en que las perspectivas vastas no le abruman. La experiencia no puede darse jamás por el simple deseo intelectual o una actitud abierta. Sólo una adecuada amplitud, conseguida gracias a la práctica del yoga y al bhakti devocional, puede preparar la mente para absorber el impacto liberador de la omnipresencia. Ésta llega de forma natural e inevitable al devoto sincero. Su intenso anhelo comienza a tirar de Dios con una fuerza irresistible. El Señor, como la Visión Cósmica, es atraído por el fervor magnético del buscador al ámbito de su conciencia.

Años más tarde escribí el siguiente poema, “Samadi”, intentando transmitir la gloria del estado cósmico:

Se desvanecieron los velos de luz y sombra,
Se disipó todo vapor de tristeza,
Zarparon sin retorno todos los amaneceres de alegría efímera,
Desapareció el tenue espejismo sensorial.

 

Amor, odio, salud, enfermedad, vida, muerte,
Perecieron estas falsas sombras en la pantalla de la dualidad.
Olas de risa, abismos de sarcasmo, remolinos melancólicos,
Disolviéndose en el vasto océano del éxtasis.
Apaciguada la tormenta de maya,
Por la varita mágica de la profunda intuición.
El universo, sueño olvidado, acecha subconscientemente,
Listo para invadir mi recién despertada memoria divina.
Vivo sin la sombra cósmica,
Pero ella no se ha despojado de mí;
Así como el mar existe sin las olas,
Pero ellas no respiraran sin el mar.
Sueños, despertares, estados de profundo turia, dormir.
Presente, pasado, futuro, ya no más para mí,
Sino el siempre presente, Yo todo-fluyente, Yo, en todas partes.
Planetas, estrellas, polvo estelar, tierra,
Erupciones volcánicas de cataclismos apocalípticos,
Horno moldeador de la creación,
Glaciares de silenciosos rayos X, ardientes torrentes de electrones,
Pensamientos de todos los hombres, pasados, presentes, porvenir,
Cada brizna de hierba, yo mismo, la humanidad,
Cada partícula de polvo universal,
Ira, codicia, bien, mal, salvación, lujuria,
¡Todo lo ingerí, todo lo transmuté
En un vasto océano de sangre de mi propio único Ser!
El júbilo latente, con frecuencia avivado por la meditación,
Cegando mis ojos llorosos,
Estalló en las llamas inmortales del éxtasis,
Consumió mis lágrimas, mi cuerpo, mi todo.
¡Tú eres Yo, Yo soy Tú,
Conocimiento, Conocedor, Conocido como Uno!
Tranquila, inalterable emoción, eternamente viva, ¡paz siempre nueva!
Dichoso más allá de las expectativas de la imaginación, ¡Samadi glorioso!
No un estado inconsciente
Ni un cloroformo mental sin deliberado retorno,
El Samadi amplía mi esfera consciente
Más allá de los límites del marco mortal
Donde Yo, el Mar Cósmico,
Contemplo el pequeño ego que flota en Mí.
Ni el gorrión, ni el grano de arena, caen sin que sean vistos por Mi.
Todo el espacio flota como un iceberg en Mi mar mental.
Recipiente Colosal, Yo, hecho de todas las cosas.
A través de la profunda, larga, sedienta meditación dada por el Gurú
Llega este celestial Samadi.
Se oyen los móviles murmullos de los átomos,
La oscura tierra, las montañas, los valles, ¡ahí están! ¡líquido fundido!
¡Mares fluyendo se convierten en vapores de nebulosas!
El Om estalla en vapores, abriendo prodigiosamente sus velos,
Los océanos desvelan, brillantes electrones,
Hasta que finalmente suena el tambor cósmico,
Desvanece la burda luz en rayos eternos
De dicha omnipresente.
De la dicha vengo, por la dicha vivo, en dicha sagrada me fundo.
Océano de la mente, bebo todas las olas de la creación.
Los cuatro velos de sólido, líquido, vapor, luz,
Prestamente se levantan.
Yo mismo, en todo, entro en mi Gran Ser.
Se han ido para siempre las sombras irregulares, temblorosas, de la memoria mortal.
Inmaculado es mi cielo mental, debajo, delante y muy alto arriba.
La eternidad y yo, unidos en un mismo rayo.
Una diminuta burbuja de risa,
Yo me he convertido en el Mar del alborozo mismo.

 

Sri Yukteswar me enseñó cómo convocar la bendita experiencia a voluntad y también cómo transmitirla a los demás, si sus canales intuitivos estuvieran desarrollados. Entré en la unión extática durante meses, comprendiendo por qué los Upanishads dicen que Dios es rasa, “el más deleitable”. No obstante, un día planteé al Maestro un problema.

“Señor, me gustaría saber ¿cuándo encontraré a Dios?”.

“Lo has encontrado”.

“¡Oh, no, señor, no lo creo!”.

Mi gurú sonreía. “¡Estoy seguro de que no estás esperado un Personaje venerable, adornando un trono en algún antiséptico rincón del cosmos! No obstante, veo que imaginas que poseer poderes milagrosos es conocer a Dios. ¡Se puede tener todo el universo y aún así ver que el Señor nos evita! El avance espiritual no se mide por los poderes externos, sino únicamente por la profundidad de la dicha durante la meditación.

Dios es Gozo siempre renovado. Es inagotable; a medida que sigas meditando a lo largo de los años, te cautivará con infinito ingenio. Los devotos como tú, que han encontrado el camino hacia Dios, jamás sueñan con cambiarlo por ninguna otra felicidad; Él es el seductor sin posible rival.

“¡Con qué rapidez nos cansamos de los placeres mundanos! El deseo de cosas materiales es inacabable; el hombre nunca está totalmente satisfecho y persigue una meta tras otra. El ‘algo más’ que busca es el Señor, el único que puede otorgar el gozo eterno.

“Las ansias externas nos sacan del Edén interior; ofrecen falsos placeres que sólo imitan la felicidad del alma. El paraíso perdido se gana de nuevo a través de la meditación divina. Dios es imprevisiblemente Siempre-Nuevo, nunca nos cansamos de Él. ¿Podemos saciarnos de gozo, de gozo maravillosamente variado por toda la eternidad?”.

“Señor, ahora comprendo por qué los santos llaman al Señor insondable. Ni siquiera una vida eterna es suficiente para apreciarlo”.

“Es cierto; pero Él también es cercano y querido. Cuando, gracias al Kriya Yoga, la mente se libera de obstáculos sensoriales, la meditación procura una doble prueba de Dios. Un Gozo Siempre Renovado evidencia su Existencia, convenciendo incluso a nuestros átomos. Durante la meditación también se obtiene Su guía instantánea, Su respuesta adecuada a cada dificultad”.

“Entiendo, Guruji; ha resuelto usted mi problema”. Sonreí agradecido. “Ahora me doy cuenta de que he encontrado a Dios, pues cuando, durante las horas de actividad, me ha venido de nuevo, de forma subconsciente, la alegría de la meditación, he sido dirigido sutilmente a adoptar el rumbo adecuado en todo, hasta en los mínimos detalles”.

“La vida humana se ve acosada por el dolor hasta que aprendemos a sintonizarnos con la Voluntad Divina, cuyo ‘rumbo adecuado’ suele resultar incomprensible para la inteligencia egoísta. Dios sostiene el peso del cosmos; sólo Él puede dar consejo infalible”.

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1 “Al principio fue la Palabra, y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios”. Juan 1:1. Volver

2 “Porque el Padre no juzga a nadie, sino que ha asignado todo juicio al Hijo”. Juan 5:22. “Nadie ha visto jamás a Dios; el Hijo Único, que está en el seno del Padre, es quien lo dio a conocer”. Juan 1:18. Volver

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